Esperas ese tren que te llevará
por lagos encantados allá donde las cumbres más altas respiran el aroma de la
fraternidad, de la paz. Hace tiempo que estás en esa estación en el inviolable
secreto de tu ausencia. Te buscan en el eterno beso alada que corona la
distancia, la lejanía pero tú sigues con tus pies desnudos ese recorrido bello
del silencio, de la soledad. Tal vez, la hipocresía te ha destinado a ese
alejamiento, a ese estéril sentido de la orientación de sus abrazos cuando
intentan magnetizarte. Enciendes un cigarrillo y te sientas donde la nada te
merodea, su humo, en espiral, lo consume la brisa y meditas, piensas que quizás
así estas bien. No hay sobresaltos, no hay palabras solo el resonar y resonar
de pajarillos que en una estación vacía se arriman al polvoriento suelo. Los
observas y como ave de azul mirada te enterneces de lo minúsculo que son y la
alegría que ofrecen. Sonríes, miras eses firmamento coronado por una luna
ausente mientras a lo lejos se oye ese tren que llevará lejos, muy lejos.
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