jueves, mayo 31, 2012

Corría....


Corría, corría a ras de espesura de la hierba. Formaba parte de su aliento a la vez que el viento provocaba cierta fuerza que aprisionaba el cansancio. Su sudor eran lágrimas que alborotadas nombraban no que cierta proeza del ayer.  Cada  túmulo donde la niebla se extendía y expandía era veracidad de su fortaleza, del agresivo vuelo a través de sueños que se desvanecen entre paredes abruptas de algún desfiladero.  Corría, corría con sus alas de cristal  sobre eclipses lunares. La montaña estaba desierta y la oscuridad daba prioridad a los astros que en su densa intensidad iluminaba su mirada, su mirada. El frío era sobrecogedor, tanto que su cuerpo se sentía morir bajo las estelas de estrellas fugaces a medida. A su lado había un riachuelo cuyo murmullo era solemne cantinela que la adormecía, que la aislaba. Miro hacia el y fue hallazgo en su visión un carruaje de mariposas. Mariposas libres, mariposas encantadas con la danza de su marcha. Se aproximo e intento subir. En sus adentros estaba decorado con la serenidad de unas pinceladas que hablaban de la vida, del mundo. Se entristeció, una pena que la condicionaba desasosegadamente al presente, un presente que quería guillotinar. Deseaba en un acto impulsivo salir de ahí. No lo hizo, se quedo, con esa marcha por la corriente de agua y el vaivén de sus pensamientos.  El carruaje la trasladó por una infinidad de imágines de la existencia humana, de la esencia del ser. Era como túnel que en sus pasajes le recordaba que tenía que bajar, que tenía que seguir, que tenía que correr y correr ante un mundo que se degradaba hasta orbitar por puentes azules donde el resonar bello de las manos unidas nos hacen seres de esta tierra. Una tierra donde la floresta y calles donde cada recoveco anuncia estatuas transparentes como vergel de la edificación de un mundo mejor.  Corría, corría deseaba observar el nacimiento de un nuevo ciclo donde el apogeo de las ramas balanceadas por el viento fueran el canto cierto y puro de los pajarillos. 

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