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viernes, enero 28, 2011
EL NÁUFRAGO Y LAS OLAS
EL NAÚFRAGO Y LAS OLAS….
Se alza el crepúsculo somnoliento aún del reciente navegar de la luna llena. Un muchacho de perfil adjunto a la flacidez es belleza de sus redes. Está marcado por el salitre de todas las madrugadas cuando busca, rastrea y explora el abastecimiento de su vida. Su juventud es un privilegio para la fortaleza cernida en esos sedales que con tanta agilidad sondean las profundidades de esa mar oscura. ¡Mar oscura y bella a la vez¡ Le ensimisma el retorcer del silencio solo con el zarandeo del ronroneo de las olillas en su pacífico mecer de sus anzuelos. Piensa en un gran pez, un pez que engullirá junto a su familia. Un pez de tonos plateados como la luna, la hermosa luna.
Su cavilar de pronto se ve envuelto en densas brumas. El océano, su amigo, sin saber por qué iba tomando una manera airada. Su sosiego es alertado, arrebatado con el jadeante silbido de un viento huracanado que le hacía perder toda su estabilidad. “ ¡Aléjate mal tiempo de mi embarcación¡”, dice asustado ante lo que se le venia encima. “¡Aléjate círculo del terror¡ No me dejas navegar con el agobiante vómito de una mala espuma que hará ahogar mi trabajo.”,continua con su grito de dolor ante aquel feroz ataque que destroza poco a poco su pequeña barca. Su barca de pobre pescador. Barca de pobre pescador que danzaba al son de las olas para en las horas tempranas ir al mercado. Se ve confuso, confinado en torbellinos de tempestuosas y portentosas olas. Cada una de ellas fusta cruel de su lucha por la supervivencia. Cada instante que pasa es todo más oscuro esos ladrillos de espuma amantes del demonio pueden con la débil embarcación. “¡Escúchame¡, esboza en un alarido jadeante. “¡Escúchame¡ ¡Me brindas la muerte y con ellos mis sueños también quedan destruidos¡ ¡No me dejes sufrir¡¡Acaba pronto océano grotesco¡ ¡Dame la muerte, la muerte¡ Yo que tanto te amaba me respondes así. No, no lo comprendo.¡Tú violencia¡¡Eres sable del mal¡ Poco a poco pierde el conocimiento, poco a poco es arrastrado a una playa vacía. Sus arenas de un azabache y sus arboledas perdidas para cualquier criatura andante en este planeta tierra. La tempestad baja su brutal fuerza y lentamente desaparece dejando de magullar más y más al humilde pescador. El yace con el rumiar de las olillas sin conocimiento en las negras arenas de la playa.
**
Transcurrieron los días por aquel salvaje lugar. Un cuerpo yacía sobre el polvo azabache con el corazón destrozado. Cuando el crepúsculo llamó al sol despertó de ese estado inconciente. Le apretaba los pómulos salados con un dolor intenso, sus labios estaban agrietados y su visión era borrosa. Despacio sus dedos de la mano comenzaron a moverse después sus piernas. Se tocaba, se acariciaba. Se encuentra confuso, algo delirante, en la incertidumbre de que sus ojos no adivinaban a acertar donde se encontraba. Para el, aquel paraje, era desconocido. “¿Dónde estoy?” se dijo en su aturdimiento mientras escupía algas y arena. “¿Estoy vivo o muerto?” se dijo delirante con sus llamaradas desorbitadas. “¿Qué habita mi cuerpo para que mi espíritu esté tan tullido?” se dijo lánguido abrazado casi a un nuevo desmayo. “Mi barca, ¿dónde está mi barca? Se dijo con un hilo de voz. “¿Dónde te hallas barca de mi existencia? Se dijo entristecido a medida que la realidad surca sus sentidos. “No avisto ante mi ese lugar padre de mi techo. Mi tierra es dorada no de este negror cortante” se dijo mientras se intenta levantar y observa todo su derredor. “ ¡Un bosque¡ ¡Una playa de arena negra¡ Esta no es mi tierra. ¡Levántate cuerpo mío¡ ¡Levántate y alza tus velas ante este sitio desconocido por culpa del tirano océano¡” se dijo con un grito que apagaba el murmullo de las olas. Al instante se movió. Sus brazos comenzaron ayudar levantar aquella corpulencia joven pero dolorida. Se arrodilló y todo el misterioso lugar que se hallaba en su alrededor fue tomando un matiz desconocido. Se alzó con el temblor de sus piernas dando así unos torpes pasos. Pero la fatiga pudo más. Cayó, cayó en el desvanecimiento de la esperanza, de la ilusión, de sus sueños. Cayó, cayó por la desnutrición, por la deshidratación, por las heridas de su delgado cuerpo.
De repente una sombra recorre su materia, gravitando sobre su cuerpo examine ya.
-¡Joven, Joven¡- sobrevuela sobre el una voz que quiere ser ánimo ante aquel estado-¡Toma de esta agua¡- dice la sombra al naufrago. Pero él no responde. Arrastró su cuerpo cogiéndolo por sus brazos donde el boscaje es exhuberancia para que no más los rayos solares incidieran sobre él. No toma conciencia por lo que decidió llevarlo al lugar donde él vivía: una cabaña fabricada con sus propias manos. Una cabaña de cañas y palmeras que servía de guardián en sus noches de soledad cuando el descanso lo llamaba. Sus manos estaban envejecidas pero fuertes aún, su cabello gris le llegaba a los hombros, su cuerpo era un espectro esquelético pero aún conservaba cierta robustez del ayer. Sus años lo habían carcomido en arrugas, en sufrimientos, en silencios. Al encontrar aquel joven una luz en sus ojos retorna, una felicidad circula por sus venas como manantial de una calidez humana perdida muchos años.
Cubrió aquel cuerpo con pieles elaboradas por el en el transcurrir de los otoños. Sorbo a sorbo aquel ser arrojado por el océano tomaba una respiración pausada, un tono de piel de vida. Salió de la cabaña. Como de costumbre a dar uno de sus eternos paseos. Allí las horas, los días y las estaciones no existían solo el paseo del sol, la llamada de la luna, de las estrellas, la caricia de los otoños, de un invierno, de una primavera o un verano que rociaba sus jornadas entre la meditación y la supervivencia. Siempre con su fiel acompañante ¡las olas¡ Olas rompientes entre las rocas forjando así espumas blancas que dan pie a su imaginación. Hablaba con ellas cuando las andadas del sol declinaban para erupcionar los candiles celestes del universo: faustas gemas cuyo esplendor daba paz a su corazón. ¡Son tan puras¡ como la mar que tanto amaba. Sí, lo amaba. Besar esa alfombra ondulante era su único deseo, su satisfacción. Tras sus horas por la orilla volvió a la cabaña. Esa cabaña confinada entre cedros, acariciando la santa naturaleza y círculo de su paz. Se aproximó al muchacho.
-¡Chico¡- dijo suavemente al hallarlo introducido en una especie de pesadilla. Estaba llorando. Pero aquella criatura no despertaba. Le dio un poco de agua y poco a poco fue calmándose hasta caer en un profundo sueño. Cuando lo observó tranquilo salió de nuevo de la cabaña adentrándose en el bosque para recolectar frutas y raíces. Al regresar escuchó algo. El muchacho esta balbuceando unas palabras. “Déjame mar vivir”. Una y otra vez repetía la misma frase. El anciano ante aquello corrió hacia él.
- ¡Despierta chico¡ ¡Despierta¡- entonó más alto para que el muchacho lo oyera.
Se abrieron sus ojos y de su frente un sudor macabro lo empapaba.
-¿Quién es usted?- preguntó el muchacho cuando ascendió de los infiernos que estaba viviendo-¿Dónde estoy? ¿Acaso soy muerte? ¿Quién? ¿Quién me habla?- decía delirante, extasiado, pálido, desesperado. Con sus ojos insuflando rayos rojos como si estuviese viendo una visión. Y de nuevo cayó y cayó en el sueño. El hombre naufrago amante de las olas aprovecho ese tiempo en que el muchacho permanecía en ese letargo en construirle una barca para cuando se recuperase pudiera volver a su tierra. No quería a nadie invadiendo su soledad, las olas eran sus amigas. La elaboró en el mismo lugar que encontró al chico siempre de noche con la ayuda de la luna. Cuando terminó volvió a la cabaña. Lo halló de espaldas mirando por una pequeña ventana de aquella casucha. Repentinamente extrañado por el sitio en que se encontraba comenzó a vociferar.
-¿Dónde está mi barca? ¿Dónde está ese océano alfombra donde navego?
-Tranquilízate-entono el anciano calmado- Tu barca se encuentra en la playa, en el mismo lugar que naufragaste.
- Ahora recuerdo. Una ola me embistió.¿Qué ocurre? ¿Dónde estoy?
-¡Tranquilízate muchacho¡ Estás en mi casa. Hace varios días que te encontré en la playa sin conocimiento. Has estado a punto a desaparecer de este planeta, unirte a la muerte pero yo con mis cuidados… ya ves. Aquí estás, vertical. Otra vez en el mundo de los vivos.
Ante esas palabras el muchacho se sentó en la especie de cama que había estado acostado, algo aturdido, algo pensativo.
-Gracias. Pero he de volver a mi casa. Tengo que alimentar a mi familia.
-Si. Comprendo. Pero existe un problema. A donde quieres ir no se donde se encuentran.
-¿Qué lugar es este lejano al mío? ¿Cómo se llama¿
- No posee nombre. Yo le llamo mar- dijo el anciano
-¡Mar¡ Nunca lo había oído. ¿Por qué llamarlo así¿
-Porque el mar me rodea con su hermosa espuma. Me ha abrazado muchos años en este lugar con su imperio de paz. Su aroma es vida para mí.
-¿Acaso aquí no vive más personas?
- No. No hay más seres en este lugar. Solo las bayas, las frutas, los árboles, los matorrales, las raíces, la hierba y como no el océano.
-¿!Vive usted solo en este lugar!?- preguntó el joven estupefacto.
- ¡No¡ Solo no. Con el sonoro redoblar de la naturaleza.
- No hay más alma que usted en este lugar- replicó el joven asombrado.
-Para que más. Las almas tienen que poseer eso que se llama complicidad, honestidad. Ser veredas de la verdad y el sosiego. Mientras ello no exista para que más. Ahí están las olas, los árboles, la luna, las estrellas. Todos ellos me alumbran en serenidad y la soledad no la siento, no la toco. Bueno, cállate alma mía. Vamos a la playa a ver si te gusta tu nueva barca. ¡Cállate y anda¡ que la noche ya nos sobrevuela. Los tambores del bosque y las flautas de del universo nos acompañará.
Mientras se dirigen a la playa el anciano comienza a cavilar. A rememorar ese día en que el también encalló en esa isla. Esa minúscula isla de solo arena y un follaje espectacular con una pureza inexorable no siendo más pisada que por él. Escenas de hombres y mujeres que como el chico pasean por su mente. Personajes de paso, personajes perfumados de océano y comenzó a narrar al muchacho ya casi hombre. Ahí estaba ella me aproximé de las profundidades donde el irradiar de la albura de las olas cosquilleaban su cuerpo. Me senté junto a él todas las noches hasta que su tersa caricia nos pronunció como amantes.
-¿Qué tal amor?- dije yo a esa muchacha de dorados cabellos, semidesnuda en aquella playa tras ser andrajoso andar por los pasadizos del oleaje maligno. Allí yacía, confusa por la luna perdida, vomitada aquel lugar desconocido.
-¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí?
-Yo soy el guardián de los débiles. De esos que la tempestad corrompe arrojándoles a esta isla.- murmuré yo.
- No se lo que ha ocurrido. Sobrevinieron rayos y relámpagos y tras ellos la tempestad. Yo viajaba en busca de otros mundos, otras culturas. Era pasajera de un navío. De mis compañeros no se nada. Si se habrán ahogado o como yo sobrevivido.
- Ya entiendo joven. Sí algunos un invierno perpetuo y oscuridad zumbarán sobre ellos en las profundidades del océano. Otros, como usted, volverán a ser albor de la primavera, esa primavera que revoluciona las alas con deseo de volar y volar.
Me fijé integralmente en sus ojos nobles . Esos ojos que hablan de la perfección que era para mi corazón. Prendió en mi un no se que de ánimo, un estremecimiento que me hacía ruborizarme. Tras una pausa le pregunté algo que se le había quedado atrás por ese deseo que se le aventuraba.
-¿Cómo te encuentras?
- Bien. Algo aturdida. Me siento enjaulada en este lugar.
-Toma. Bebe algo de agua. Te vendrá bien para que te fortalezca así puedas alzarte y volar y volar- entone yo encariñado más y más con ella a medida que la luz empezaba a romper la noche. La luna se escabullía. Un anaranjado sobre malva teñía el horizonte y el silencio habitaba todo movimiento, toda palabra.
-¿Quién más habita esta isla?- pregunta ella sorbiendo poco a poco el agua.
- Nadie más. La brisa que corretea ahora por nuestros rostros. Tú y yo y este amanecer maravilloso habita en este paraíso.
- Entonces, usted me sacará de aquí. Me auxiliará para yo regresar a mi país, a mi tierra- entristecida son sus palabras. En ella se conmueve un presentimiento de palabras inútiles pero no quiere ver esa realidad.
- Creo que lo usted me pide es imposible- mis ojos se apartaron de los de ellas, siente clavos ardientes en su vientre ante la imposibilidad de realizar los sueños de esa bella mujer que está ante mi.
-¡Imposible¡ No me diga eso, por favor. Se ve usted tan bueno-las lágrimas la apresan. Sus manos tapaban ahora su rostro.
-Lo siento señorita. De todo corazón. Haría cualquier cosa hasta sacrificar mi vida por cumplir sus deseos. Pero es absurdo. Estamos tan aislados. Aunque hay una opción que pase algún barco y la descubra este pequeño lugar. No pierda la esperanza. Se encuentra bien, la observo pálida.
- La duda me sacude con respecto a mi salud. Mis entrañas se sienten excavadas por pirañas. No se que me ocurre pero es como si el universo se burlara de mi, de mis deseos. Solo veo en mis sueños féretros voladores por desfiladeros que me conducen a la nada, a la nada.
- No hables así mujer. Ya se te pasará y veras como lograrás llegar a tu tierra.
-¿A mi tierra? Tan lejana y ausente. Seamos realistas, me hallo enferma. Enferma de no se que.
-Ya te recuperarás.
- Me recupero y caigo de nuevo. No, no me sanaré. Hay algo ahí dentro de mi que me esta comiendo, que me está torturando. Me siento tan débil y desesperanzada.
El sol susurraba su diana de mediodía. Nos recogimos de allí de las rocas donde el mar rompiente demuestra su agotamiento con su serenidad, su transparencia. Nos adentraron a la sombra del boscaje, denso, exuberante, todo un radiar de verde en todas sus dimensiones. Esas dimensiones con que ella me observa. Así tersamente, cariñosamente. Sí, me miraba. Mis mejillas tendrían que tener un tenue color rojizo como después pude apreciar en un arroyuelo. Apreciaba el dominio de su corazón por ella. Ella también se sentía atraída por mí, tanto, que fija sus ojos sobre los míos. Pero pronto los apartó, se sentía enferma, decaída. No, no podía ser. Hallar el amor en un lugar ajeno a toda vida humana. Solo nosotros dos. Yo y ella. Ella y yo . Su salud la corroía a cada deseo de acaricia, a cada esperanza que todo lo que le sucedía fuera imaginario y solo fuera cansancio. El astro rey comenzó a descender irradiando sus últimas fuerzas, y ella igual que él también. Una fatiga insensata, exasperante crujía en sus venas. Correteaba cada arteria y corrompe con la llegada del quebrantahuesos a su pecho. ¡Se sentía morir¡ Yo me sentía despreciado por el cosmos como si estuviera descendiendo por pedregales de tuneras. ¡Se perdía¡ Ella se iba perdiendo por una vida intransigente, intranspirable, insana, famélica.¡ Mi amor se iba¡ Y yo era símil a la deforestación que sufre los bosques. El frío lme llevaba por mareas negras catastróficas. Mis manos no podían hacer nada, eran insonoras a ella.
-Te quiero- las palabras de ella se eclipsan- Desde el más allá alargaré mis brazos y te protegeré. Tú, tu bondad, tu sinceridad. Eres crepúsculo de la belleza de las personas. Sin embargo, no dejas irme. Eres ateo en la muerte porque te has enamorado de mí. Quieres que la esperanza brille pero, no, ¡no¡ es imposible. No hay remedio. Un túnel de pálidas olas me lleva hacia mar adentro donde la oscuridad es eterna.
-No. No menciones tus pasos hacia la oscuridad. La soledad de nuevo me espera .Solo el ronroneo de las olas.
Ella ya era plaga de un cadavérico trance del cual no sería más belleza de el. Ella ya no más sería ese pequeño momento de felicidad para mí. Ella, la dulce, ya no sería más ese nutriente esencial para mi corazón, mi corazón. Ella ya no sería más sueño que se alcanza con las manos sino esos arrecifes blancos de muerte. El nocturno torna fosforescente la espuma, esa espuma sagrada. El día se esfumo y con el ella, se fue y solo quedó una Andrómeda furtiva observando al son que mis lágrimas caían sobre la tez pálida de ella. ¡Se fue¡ Como nave azulina y aterciopelada que vuela por el cosmos infinito. Se fue y en mi recayó un descender por los temblorosos lodazales de la soledad. La miraba para transportarla por las olas cual serán ahora el mecer de su espíritu. Una fina lluvia comenzó. Consternado quería saber de esos mensajes que transmiten las estrellas.
-Entiérrame sobre los senderos de tu universo para yo ser vigía de tu ser como estrella de pétalos plateados cuando la pena te anhele, te evoque. Así me verás como secreto de tu espíritu y mi espíritu.
La miraba. La miraba porque la amaba. Se acerqué a sus mejillas y un sedoso beso emanó de mis labios.
-Hoy la noche es penumbra que hechiza unos malpaíses hendiendo en mi pecho. Una brisa telúrica me mutila en su más dramático concierto exclamando serpientes venenosas que me acribillan para el amor. ¡Te vas¡ ¡Te vas¡ y yo me prolongo por este océano de donde llegaste. Escucho tu espíritu. Te enterraré en algún lugar donde el adiós no exista. Serás como esas algas bailarinas en el canturreo de las olas. Te llamas a partir de ahora Océano, porque en el reposarán tus vuelos, tus sueños, tus sueños.
La deje allí, junto a las olas de la noche y una hoguera de orquídeas centinelas de su travesía para la eternidad en las profundidades.
- ¿Qué será de mi?- me pregunté sollozando- Halle esa preciosa piedra amor sagrado mío y ahora es cenizas de un cierzo. ¡Por qué llegaste¡ Por qué has hecho de tu visita una angustiosa plaga de melancolías. ¡No lo entiendo mar¡ ¡Me das el amor de mi vida para luego arrebatármela¡ ¡Acaso me desprecias¡ ¡La quería¡ ¡La quería desde el primer instante que la vi¡-dije con un alarido de dolor.
Los días y meses eran raíles de mala hierba en mi memoria. Cuando el ocaso tiznaba de constelaciones la bóveda mis manos tomaban mi rostro. Esas manos agrietadas, deformes ya al arduo trabajo diario. Mi rostro, cada vez más pausado, más moreno, con sus mejillas dos promontorios donde las lágrimas son cima. Un beso le daba al océano, un beso cuyo quejido era eco sonoro de aquella aislada isla entonces, se levantaba cierta brisa y ella me besaba a mí. Sí me besaba.
Aquí me he dedicado a recolectar frutas, de la pesca libre con las cañas que yo mismo diseño y mis propias manos. El silencio de mi voz ante el mundo, el mundo infiel digo yo. Un mundo para no más seguir viviendo al separarlo de mi amor. Porque me falló. Me falló al separarme de lo que más valor tenía para mí. Por ello sin mucho meditarlo decidí quedarme aquí estancado, solitario, alejado de toda sociedad. No mover nada para salir de ese lugar aislado, enjaulado con el circundar de las mareas y una naturaleza que seduce ser corriente de mis vuelos. Para que quería la sociedad ahora si lo más anhelado se encontraba muerto ya.
- Estoy desheredado de las lanzas de rosas del amor. Estoy enrolado persuadido de avanzar, avanzar contracorriente. Estoy solo. Solo me quedo con las astillas que correteando en mis sienes en el inmenso recuerdo de ella, de ella…No necesito ser más de luces artificiales que guíen mis pasos por la ciudad cuando la noche arranca ahí están las estrellas ellas me guiarán a ella, a ella…No necesito nunca más de ropas elegantes, desnudo y harapiento me quedo ¿para qué? Aquí el aliento de ella en la brisa tapará mi desnudez. No necesito más dinero, símbolo del poder. No más brindis con los amigos ni reglas regentadas en la sociedad. Todo seguirá igual. Así con el universo amparándome, con las olas meciendo mis sentimientos. ¡Que letal nostalgia¡ Ruedo y ruedo por precipicios donde mis emociones no embellecen mi alma pero intento recoger la fragancia que cada lluvia me trae de ti. Acaricio mi ser en tu océano anclándome de tus eternos oleajes. Si porque el océano sabe a ti. Te quiero mujer océano, recóndito sentimiento que erupciona sales y algas. Te quiero, no hay más palabras para descifrar ese amor que por ti siento en toda su supremacía.
Me comentaba día a día en esta remota isla. Como languidecían las jornadas, toda idénticas, con un sabor insalubre en mi cuerpo. Sentía frío, mucho frío. Cuervos anidaban alrededor de mí y la tristeza me iba desahuciando a tener un cuerpo esquelético. Pero ahí está la vida y me agarró con fueraza a ella. Me levanto. Camino hasta la orilla. Los rayos ígneos del sol inciden en mis ojos pero ya está tan acostumbrados a ser deslumbrados que observo lo que se aproxima en el horizonte, una escultura entre blanca y azul como si fuese una isla desierta pura vagando en soledad. La miro estupefacto, extrañado.
- ¿Qué podrá ser aquello? Una montaña distanciada de su continente. No imposible. Una isla imaginaria. Mis años en esta isla me ha hecho caer en delirios. Visiono cosas que no son. Pero parece tan real, tan real. Ese azul blanco, tan perfecto. Parece una obra de arte en altamar. Pero no. Mis ojos me engañan, hay algo que no funciona. ¡Sálvame mundo¡ ¡Apártame de la locura¡ ¡Por qué¡ La catástrofe en mí se está aproximando.
Mientras divago en mi estado mental aquella especie de roca blanca se aproximó a la isla.
- No alucinaciones no. Mi cabeza aun anda equilibrada. Es…Es hielo. Un iceberg que va a la deriva de su polo.
Cuanto más era evidencia de esa estructura más asombro se congregaba en mi sedienta curiosidad. Obra de arte de la naturaleza. ¿Pero a que era debida esa masa albar en esta zona? , me preguntaba. Esperé a que la noche llegara y con la mar en calma y la luna haciendo eco me embarqué en mi canoa. Una luna cortejada por infinitas constelaciones realzando más y más aquella figura. Ahora me toca remar. Remar y remar con la duda estremeciendo mi cerebro. Quería ver ese iceberg de cerca, tocarlo pues jamás había visto alguno. ¡Que maravillosa es la naturaleza¡, me decía. Hacía tiempo que no me embarcaba y remaba y remaba. Remar con el aliento del océano como bálsamo que sana de todo, de los dolores de la soledad, del silencio de las palabras. A medida que me aproximaba al iceberg la recordaba. Como la recordaba…¡Amor ¡¡Amor¡ Esta noche especial en que mis dolencias se disipan por un instante mientras navego sobre ti soy beso alado de este nocturno donde la plateada me hace un guiño de serenidad, un saludo de bienestar. Con esta mar en calma no te escucho, eres invisible e insonoro rumor de las olillas. Ay, el agotamiento me llega. Hace tanto tiempo que no remo y remo que mis brazos sienten el temblor del agotamiento. Pero he de seguir. Si, seguir. Quiero admirar con mis propias manos el embellecimiento natural de la naturaleza. Ya está cerca. Es colosal. Sus dimensiones son los de una pequeña isla. Pero he de seguir y tú no estás. Los dos en el remar y remar unísono habríamos palpado este reino helado con los cirios del firmamento. Remar y remar con el tacto de mi piel ya rozando este gigante.
Por rato estuve a la luz de la luna y las estrellas tocando y rodeando el iceberg. Oí una voz. ¿De donde vendría? Levanté la cabeza y observo encima de aquel pedazo de hielo la silueta de alguien alzando hacia delante y atrás los brazos llamando mi atención. La noche avanzaba apilando más y más constelaciones que casi no se distingue con la resplandeciente luna. Una brisa tenue comenzaba a silbar en medio del silencio, del silencio.
-¿Quién va ahí?- entonaba en voz alta obsoleto ante que ese trozo helado pueda albergar algún tipo de vida.
- Soy el capitán del congelado mundo.
Lo miré desconcertado. ¡El capitán del congelado mundo¡ No son visiones, era real. Era algo sorprendente para mí. Jamás había oído esas palabras tan veraces.
- Pero, ¿Qué dice? ¿Qué hace un hombre encima de un iceberg? Esto es inaudito.
- Lo que ha oído. Soy navegante del congelado mundo. Estoy viajando con la brisa norte. Llevo mucho tiempo aquí arriba y desearía bajar para visitar la isla.
- Sí. Puede visitar la isla. Tiene medios para bajar del iceberg.
- Si. Lo que no poseo es barca para llegar a la isla.
- Entonces me aproximaré para que descienda y suba en mi barca y llevarte a la isla.
El grito de ambos es rumor que se expande en el océano provocando pequeñas olitas.
El viajero del iceberg suelta una soga para descender. Descendió como si lo hubiera hecho muchas veces hasta posarse en la barca.
- Gracias amigo por dejarme ir en tu barca.
-¿Qué haces ahí arriba?
- Soy viajante de la naturaleza. De una naturaleza que a cada hoz humana se ve sepultada bajo las fosas de las tinieblas. De una naturaleza que a cada vez se ve más y más inundada de cantos fúnebres.
- Ya. ¿Y de donde ha salido ese iceberg?
- Del antártico
-¿Cómo es posible?
- ¿Cómo es posible? Esa es su pregunta.
-Si
-No sabe de la contaminación atmosférica que está sufriendo este planeta. Ay, todavía queda mucho por hacer. Gases atmosféricos asesinos que se quedan en la tierra provocando un aumento de temperatura y así desprendiéndose los casquetes polares. Despellejando por los inconscientes la tierra más milagrosa, más prodigiosa, más magnánima, más ilustre, más pura. Tierra helada por la cual yo soy reverencia. Ahora soy suavemente aliado a las aves marinas que me guían por la ruta del cierzo, soy suavemente soy amante del océano que me da su bienvenida en este vagar y vagar alrededor del mundo, suavemente soy hombre perdido en esta tierra que envejece y la hostilidad de muchos la han llevado a la soledad, suavemente y sin tiempo soy eco de las pezuñas afiladas que rasgan el manantial de la vida, suavemente soy árbol del amor cuya espesura da cobijo aquel que quiera salvar este planeta.
Comenta mientras se aproximan a la costa. Estrellas más claras a medida que la luna se desplaza en las sendas del universo. Al escuchar aquello recordé de aquel moribundo albatros viajero también antes de llegar mi amor.
- ¿Te pareces al albatros que un día estuvo aquí?
- ¡Un albatros¡ Y donde anda ahora.
- Un día cuando el otoño tenía que varar por unos meses en este privilegiado paraíso. Sí, después de un verano que era derrotado por las primeras lluvias. Yo me hallaba arropado por el rumor del mar. No te extrañes pero suele contemplación de su beldad como tú eres de la tierra. Observé una gran ave vagar por la arena. Ave no vista por mi entonces por estos lugares. Entre más me acercaba a ella porque la encontraba extraña en su caminar observaba que su plumaje era azabache, un color no natural. Algo le había ocurrido sospeché. Su actitud no era normal igual que no era normal que andara por estos confines de la tierra. Cada pisaba que daba a la vez que me aproximaba era decadente, desfallecido, como si estuviera cansada. Comencé a silbarle. Ella ante ese ruido que yo emitía se detuvo y se giro hacia mi con el mismo silbo lo cual me sorprendió, me sorprendió el mismo sonido con el que yo había silbado. En ella se reflejaba una injusticia sangrante que había ofuscado su vuelo, una angustia que no sabía como combatirla, un llanto de la ausencia de vida que quedaba en ella. Al mirar a sus negros ojos comprendí que me entendía, que éramos semejantes, que nuestra fragilidad eran mutuas, que su sensibilidad estaba aliada a la mía. Su naufragar y el mío eran debido a los impiadosos errores del ser humano. Para mí un día de tormenta por el cual no tuve que salir de mi patria, para ella un pozo de alquitrán cuando iba a la caza de su alimento.
- ¿Qué te ocurre?- le pregunté temiendo lo peor mientras examinaba detenidamente sus heridas.
- - Una epidemia de aguas negras ha colonizado por las zonas donde yo pescaba contaminándome a mí también.
- Te puedes recuperar- le dije temiendo el caos en sus palabras. Tenías ganas de abrazarlo como si fuera un hijo, cogerlo entre mis brazos y fuertemente apretarlo contra mi pecho. Sus ojos. ¡Oh sus ojos¡ Dos llamaradas apagadas por las que circula el fenecimiento del planeta. Accedió a mi hospitalidad. Con su ánimo gastado, raído me siguió hasta mi cabaña. Allí hice todo lo que pude durante varios días hasta que el mismo pudo desplegar sus alas y volver a atrapar ese alimento del océano. ¡Sí¡ volar de nuevo. El tacto de sus plumas con el aire a una velocidad increíble. Otra vez la libertad pero con esos amargos recuerdos. Compañeros idos, un océano corrompido por el negror de sus aguas, por el fallecimiento de sus seres que tardará mucho en recuperar. Conseguir ese vigor azul y danzar deliciosamente con espumas blancas. ¡si¡ Volar de nuevo.
- No del todo. Quedarán cicatrices de estos residuos umbríos. Los supervivientes no más que serán fallecimiento poco a poco por el llanto unísono del ondulante océano.
- Habría que darle una pena perpetua y cruda para aquellos invasores del mundo azul, del mundo de las aves. Ustedes almas de la naturaleza, llamas que en círculos sois paraíso de esta tierra.
- Si, tienes razón más aún deberían prohibir su navegación por los mares del universo con esos agujeros de manchas negras asolando con una muerte temprana tanto al reino animal como vegetal así como la mar.
- Me gustaría que fuera así. Pero la evolución genera egoísmo, egoísmo con nuestra madre naturaleza. La necesidad de enriquecerse a costa de la vida de los demás, es una obsesión. Una obsesión eterna y cruel.
Los días pasaban en este solitario lugar, en este lugar de piedras, arena y una frondosa floresta alejados del mundanal deterioro del mundo. Dejábamos escapar los días como empozadas estaciones que no existían. Donde se hallaban nos preguntábamos mientras los atardeceres en el regazo del océano nos visitaba. Hablábamos de la vida, de esos carruajes de ventiscas y calma de nuestro interior. Cuando ya se sentía más recuperada solía volar y volar por este azul marino con el murmullo de la espuma, con el rumor del viento. Luego renacía ante mi con sus perlas negras, con sus heridas casi curadas. Después las noches, noches de luna o sin luna. El admiraba en ella la danza de las algas con las constelaciones. Esperábamos hasta la venida alba, un alba con todo su esplendor y descendíamos de aquel roque que estábamos acostumbrados a subir cada nocturno. El silencio se nos llegaba. Solo el eco de las olas y el espíritu se mezclaban y nos daba aliento, nos daba vida. Volvíamos a la cabaña aliándonos al follaje de este lugar.
-Quisiera un mundo reflujo de la paz- me decía el albatros cuando bajo mi techo éramos tertulia después de ingerir algo de alimento.
- Y tus amigos? ¿Dónde andan tus iguales? Solo tú has llegado a esta isla. ¿Hacía donde han viajado?
- No lo se. Algunos habrán fallecido otras huidos a otras islas, a otras tierras como yo. A mi mírame, recuérdame como aquel en un día yacía moribundo con capas de funerales en mis plumas, con astillas enclavadas en mi corazón, en mi corazón. Con mis ojos auxiliados solo por una pena porque los otros, los de mi especie, habrán muerto, habrán huido heridos a otras tierras o seguirán por el hambre pescando en esas aguas venenosas. El océano un cementerio de náufragos, de seres vivos inocentes ante la inclemencia del hombre.- su llanto se alargó en la jornada hasta que la noche sin luna nos alcanzó de nuevo.
Buenas noches
Almas desinquietas
Ante el látigo negro del traidor.
Famélica amenaza
Alud mortífero
De mareas negras
Que nos arropa
Con un eterno letargo.
Buenas noches
Trágica plateada sin luz,
Llantos amargos asoman en ti
Al contemplar el ahogo
De tus amigos, de tus amantes.
Buenas noches
Dolientes de la libertad rota,
Naturaleza muerte
En la bocanada de enrarecidas aguas.
Buenas noches
Cancerígenas aguas del hombre
Con esos anzuelos de negro
Devastador de la naturaleza virgen.
No habrá más danzarines
En esos fondos de la vida.
Decía el albatros en la reconditez de la cabaña. Buenos amigos éramos. Sí, la amistad, esa inconfundible pradera donde las manos se lían y se lían en el erupcionar de los grandes corazones. Recorrimos toda la isla, su interior llameante en frondosidad con el canto de múltiples pájaros nos embriagaba de cierta nostalgia, de ciertos pensamientos donde la melancolía brota.
-Amigo mío- le preguntaba yo con la esperanza como bandera- Quizás algunos se hallan librado de esa mortífera catástrofe, así como tú.
-Amigo mío, es imposible que como yo- por suerte- otros compañeros hallan sobrevivido. Cientos de islas y cientos de hombre, imposible.
-Da lástima. Somos débiles.
- Si. Somos muy débiles. Tan frágiles como la porcelana. Atentan contra ella hasta envolvernos en una nube de hiel. Pero que vamos hacer. Nos arrancan de nuestras raíces transformándonos en polvo de estrellas. Con ellas seremos viajeros de ese mundo desconocido a través de la muerte, a través de esa oscuridad como una noche sin la plateada. Observo como toda la labor de la madre naturaleza en su danza ancestral se destruye, se deteriora tras la conspiración del humano, de esas fuerzas antropogénicas que sin escrúpulos llevan a las ingenuas aves al silencio.
-Si, es muy cierto. Este mundo es llevado al infortunio por el sonido de un dorado metal.¡ Me asquea¡ ¿Para que les sirve? Epidemias, guerras, hambre, un gas que en su exceso arruina nuestra fragancia condenándola a un destierro eterno. ¿A dónde iremos? Esfera azul que se desnutre, renuncia y se vuelve contra nosotros.
El alba se aproxima con sus campanadas de risueño cabalgando entre claros y oscuro por la isla mientras el canturrear de los pajarillos es esperanza que se cuela por las venas del albatros.
- Amigo, me asusta este oscurecer precoz del planeta tierra. Este oscurecer adelantándose y incompresiblemente rumiando desgracias para el mañana de mis compañeros que esto el mundo natural- me decía lloroso el albatros como si hogueras se formasen en su alma y lo prendiera poco.
Siempre divagando, divagando. Constelado miraba la luna creciente con una melancolía aguada. Estaba como menguado junto a un pantanal solo con la calidez de mi amistad. Sus ojos vacíos por ese holocausto silbando horriblemente en los arrecifes, en sus compañeros y demás formas de vida. Estaba indefenso ante las hostilidades de esta vida. Esta vida en que todo a de ser sagrado hasta una roca. Sagrado era aquel albatros. Yo lo admiraba ¡Ay sus vuelos¡, su forma de andar. Ahora solo y desafiante ante las tinieblas que puede brindarle el mar.
-¿Te ha gustado la historia? Tu que navegas en un pedazo de hielo con el aliento del mar. – le pregunté al hombre de hielo.
-Si. Hermosa y triste historia. Pero, ¿Qué le ocurrió al albatros?
- El albatros tras el paso de las estaciones retorno a su isla para reavivar la convivencia con los de su especie, para albergan en sus plumajes aquellos viejos amigos si aún vivían- le expliqué al hombre de hielo acercándose a la orilla. Allí reposaría durante unos días a la espera que la corriente y la brisa marina lo llevase a otros lugares de la tierra.
En nosotros se traslucía una agradable relación inculcada por el silencio pacífico y benevolente que ambos dominábamos. Al llegar a la costa lo invité a mi cabaña para que comiera algo distinto de lo que estaba acostumbrado. Una comida humilde pero un festín de la amistad. Agradecidos nutrientes después de un largo viaja. El hombre de hielo se sentía agraciado por el proliferante sabor de la amistad. ¡Palabras dulces¡ ¡ Palabras que devoran la soledad de sus almas¡ Cuando despertábamos en el grito sutil del alba nos dirigíamos a los interiores de la isla, asaltada por hermosos lagos de aguas cristalinas y puras. Ahí nos bañábamos. Desnudos, con la tersa caricia de esas aguas y abrigados por las sombras de las arboledas que algún que otro rayo solar dejaba escapar para dar calidez a nuestros cuerpos. Algo sucedía, yo lo notaba. Una pasión esfumada hace años volvía a sus lunas verdes. Algo cabalgaba en su pecho, en lo más hondo. Igualmente algo me arrastraba hasta la claridad de sus ojos hasta ambos ser erectos en el labio a labio.¡ Corriente de pasión¡ ¡Amor triunfal¡ Nos enamoramos. ¡Amantes de la naturaleza que nos unía¡ El hielo y el agua se aunó consagrando nuestros cuerpos cuando la caída del sol en fundición con la bandada de las olas. Nos perdíamos en sedosas caricias con el grandioso legado del océano, con el mece de las ramas que parecían imitarnos en la fascinación del deseo. Un deseo mágico. Un deseo recóndito. Un deseo sibilino. Nos sentíamos felices y llenos hasta rebosar de alegría. Todo era perfecto como esa aurora boreal de los nortes. Sabíamos que éramos incompatibles al mundo entero. Que más nos daba en esta isla. Un mismo cabo nos sujetaba con el paso del tiempo inexistente, con el paso de noches estrellas que eran la misma. Así eran nuestros días, unidos por el borbotear de nuestros corazones. Sin exasperarnos por el paso de los días.
- Algo extraño nos envuelve- dije yo mientras abrazaba al hombre de hielo.
- Será el frío que hemos pasado en nuestras carnes. Esto nos hace prender en una apasionada llama de amistad sin cabida a la falsedad.
- Eres irremediable el acunar de mi espíritu. Tan irremediablemente que te miro, te observo y en mí se enciende un hervir por las venas que recorren mi cuerpo. ¡Ay tus caricias¡ Exaltación del amor. Las necesitaba.
- Yo también las necesitaba. Hay algo en esta vida que hace confluir las almas cuyas características son similares en un río común. Río solitarios, enigmáticos, asociados exclusivamente al amor por la naturaleza.-comentaba el hombre de hielo abrazado a mí. Sí abrazado mí como si yo fuera arroyo que mece sus sentidos.
- Con tu presencia mis desgracias desaparecen. Es como un eclipse que en estos momentos pasa dejando la nitidez que se enclava en mis ojos de las constelaciones.
- Sí, las desgracias se pierden en este rincón aislado. Es como si una lluvia eterna cayera y nublara los ojos, los oídos de los seres humanos.
- Buen amar es este. Somos como veleros de mares puros e inocuos consagrados a la lejanía. Una solemne serenata de pájaros de multicolor nos agazapa en sus cantos alegres y esa alegría nos transporta a los mundos de los sueños, un sueño tan real como tu suave mano acaricia mi cuello en este instante.
- Sí, un instante que se hará eterno en nuestra memoria.
- Al mirarte rememoro a Océano. Océano nombre de mi amante del ayer. Océano eco inconfundible que me remendó el alma al paso de atosigantes tormentas de soledad.
-Me complace ser amante y pensamiento de tu ayer. ¿Quién es ella? Quien es esa mujer que en ti produce un embeleso por esos túneles tangibles a la felicidad.
-Ella a igual que tu llegó a esta isla de forma inesperada con la bienvenida de la aurora. Una aurora que mostraba todos sus encantos con un tul broncíneo y nubes azules de multitud de formas animadas. Su belleza era maravilla que removía mis entrañas, tanto, que fui ciego de amor. Pero ella se fue. Ella falleció. Murió cuando aún su espíritu no había despertado de los infiernos. A igual que el mar me la expulso después de una bruta tempestad al mar volvió. Me desesperé en llantos peregrinos en cada declinar del sol en su recuerdo.
- ¿Aún la amas?
-Si. La amaré eviternamente. Es un amor que nunca envejecerá, será estático en el tiempo.
La noche llora brillantes y nos consume en un diálogo como rito de nuestra tibieza. Nos da una hospitalidad sensual. Nos batíamos entre el amor y el pensamiento, entre el mañana, el hoy y el ayer. Nuestros cuerpos desnudos frontera de las espumas, surcando la ternura. Nos quebrábamos en el solaz del soplo de un suspiro. Mi cuerpo sobre su cuerpo. Su cuerpo sobre mi cuerpo y la oscuridad de las mareas corriendo con su susurro. Pero todo acaba. Teníamos que tomar distintas dirección en nuestras vidas. El adiós es herida que se incrustaba nuestros sentidos. ¡Que desgraciada son las notas de la última noche¡ Pero queda ese amor en nuestra memoria como aliento incorruptible en el paso del tiempo.
- Príncipes somos en esta isla. Las canciones de la noche nos entusiasmas. ¿Qué será ahora de nuestros corazones cuando tú partas y yo aquí?
- Si, zarparé y tú te quedarás. Pero no te apenes amigo los vientos me traerán de nuevo a este encantado lugar. No se cuando pero volveré y espero verte como ahora: enérgico, entusiasmado.
Éramos a ese clima ambientado en lejanos países. Países contaminados con lluvia ácida sus manantiales. Ahora éramos impermeables al rumor de los rancios humos y una bóveda donde la estrellas ya no tenían cabida. Nos acoplábamos en la última jornada como si fuera el fin de nuestros días, como si el fin de mundo fuera huracán que erupcionará y nos precipitara por precipicios. ¡Los precipicios de la soledad¡
Y llego, llego ese sol avalentonado con un brío descomunal, con una fuerza imperiosa de azotar nuestro sueño y abrazo para separarnos. El hombre de hielo tenía que partir y yo aquí, en esta isla, absorbiendo toda su sabiduría, todo su don. Nos levantamos con nuestras alas extasiadas de tanto amor. Nos besamos. Notas de amor revolotea por nuestras miradas y el adiós. Salimos de la caballa con la unión tersa de nuestras manos. Nos dirigimos a la orilla y allí esa barca que más y más nos alejará. Nos subimos y llegamos hasta el iceberg. ¡El adiós¡ Se alejo con el suave viento vistiendo mi pena. Yo volví a la isla. Allí seguí con mi vida cotidiana: cazar, recolectar y saborear de las aguas de ese lago de aguas cristalinas y dulces como si fuese cuerpo de él. ¡Cuerpo de él¡ Cuerpo que emerge y erupciona cavernas donde los amantes se apasionados galopan con la furia del amor. ¡Cuerpo de él ¡ Sueño que se agranda y se raja a medida que los albas pasan y pasan. Ella, el albatros y él. Todos desvanecidos por las inclemencias de la vida. Ahora mi alma era voz solitaria, voz que en la oscuridad se levanta y aclama a mis amigos. Sabes, a veces siento ganas de ser como el albatros y luchar contra esa lluvia gris que te lleva por desiertos y por que no ser como ella y que las cenizas del océano me rieguen de olvido y por que no ser como el hombre de hielo y viajar con el viento por esos paisajes donde los tambores de la paz aun resuenan.
Mis jornadas siguen gemelas unas a otras. Cuando la luna es vigía yo asomo mis ojos y dejo que una lluvia serena de espumas juegue con mi piel. Los inviernos aquí son de un frío intenso aconsejado por una densa neblina. No me gusta hacerles daño a los animales. Pero tengo que sobrevivir. En esta isla hay muchas cabras salvajes de ellas me serví para abrigarme y de ellas me sirvo para alimentarme. Me introduzco en las entrañas de esta isla para saborear sus alimentos: bayas, raíces, frutos. Voy recolectando poco a poco para la estación invernal, suave pero siempre tronando en tormentas de lluvia y alguna que otra nevada. En el invierno no vivo aquí, en esta pequeña cabaña. Me voy a una cueva lejos de los revoloteos sonoros del océano en el interior de la isla. Ella me protege. Ella me mima a la luz de una esplendorosa hoguera que me da calor. ¡Ay el viento¡ En su silbo hay días que parece infinito, su gemido en la ruptura de las ramas sin palabras me hace taparme los oídos. No soporto su llanto, un llanto que se apacigua cuando un manto blanco se cuela por esta isla. Entonces yo salgo de mi guarida sorprendiéndome de metamorfosis que sufre este lugar. Un sol desconocido después de estar jornadas enteras bajo la oscuridad. Las ramas son pesas oscilantes vestidas de blanco. Los animales no se avistan, todos como yo, escondidos en sus madrigueras. Después poco a poco el tiempo va cambiando su rumbo, esa primavera que hace derretir el hielo. Miles de arroyuelos despertando a la vez que el verdor y las flores en unión con los pajarillos cantan al alba. Salgo entonces de la cueva cuando el tiempo se armoniza con la naturaleza y vuelvo a mi cabaña. De nuevo la tengo que construir y como empuje que me da coraje la edifico, mejor que antes.¡Ay la primavera¡ si tiene toda la vida que el invierno carece es también proclive a las lluvias, a los cambios radicales de tiempo. Un sol que parece darte todo el oxigeno necesario para hacerte grande como unos nubarrones como corrientes de un pequeño frío cuando capturan a este gran astro. Pero aún así, cuando el tiempo está bueno, puedo cobijarme con mis cavilaciones en el océano. Me gusta la primavera, me deleita con sus frutos y su color pero el verano es la cumbre salgo de ese entumecimiento de la humedad que da esta isla y su calor me hace cómplice de los astros junto al mar. Los peces danzarines de la noche pueblan mis sueños y con ellos planeo en mis amigos. ¡Ay mis amigos¡, perdona por ser reiterativo pero en ellos descansan mis horas, mis jornadas. Rememorando cada gemido, cada sonrisa, cada dolor, cada esperanza abandonándome solo a ello. Pero las estaciones continúan y ahí está el otoño con sus nuevas lluvias, con la hojarasca temblorosa por el mecer del viento. De nuevo vuelvo a mi cueva y dejo que estación haga de las suyas saliendo exclusivamente cuando el astro rey se de fuga de ese manto de nubes.
Cuando los días me acosan con el tedio me dejo ir: por el bramar del mar, por el gemido del aire, por el levantamiento de los astros, por mis amigos. Mis años y días en total pasan como la corriente de un río siempre cara a cara al mar. Ese océano que de nuevo me traía visitantes. Un día en pleno auge del verano cuando el sol en se alza en lo más alto a lo lejos avisté una barca. Observaba como se aproximaban paulatinamente hasta esta isla. Eran tres, dejaron la barca en la orilla y pisaron esta Áurea y fina arena. Yo los miraba y miraba y ellos también me miraban. La paz reinaba en sus rostros pálidos. Al principio no distinguía sus sexos pero cuando estuvimos frente a frente y oí sus voces pude descubrir que eran dos hombres y una mujer. Sus vestimentas eran peculiares pero no desagradables. Parecían de otro tiempo, de otro lugar alejado de este desastroso planeta tierra.
-Quienes sois y que hacéis aquí- pregunté a estos extraños.
-Somos hombre del mar y tierra la corriente de tu razón.
- No os entiendo.
-Sí hombre. Somos una mutación entre la naturaleza y el pensamiento. ¿Comprendes ahora?
- Me estás diciendo que esto soñando. Que sois irreales.
- Si y no. Irreales ante lo material pero reales en tu espíritu- decía uno de ellos. El que parecía más joven y afeminado.
-¿Cuales son vuestros nombres?
-Yo me llamo flor de los vientos.
-Yo me llamo toba de las tierras.
-Yo me llamo arco de las mareas. Tú eres el naufrago que rumia con sus olas el saludo de las noches de luna.
Mi incomprensión se hizo compresible. Mi asombro se torno como una especie de confianza que me daban estos extraños seres.
- Y, ¿Cuántos soles vais a estar aquí?
- Estaremos cinco días querido naufrago. Hoy el primero para el saludo, el segundo, el tercero y el cuarto serás participe de la gratitud de este universo por ser como eres. Bello, amante de la naturaleza aunque sea una piedra. Respetuoso, castillo en la arena que no se deshace en la mano de otros, esos otros que con su sinceridad y honestidad cobijas en tu corazón, en tu corazón.
- Si, mi corazón. Abierto a todas las almas que por aquí pasan. Con sus personas yo me enriquezco y creo también que ellos también. Un crecimiento personal que me convierte en alas de la libertad, de pacíficas tonadas que se adhieren a mí en el profundo sueño. Caballitos marinos con sus amarras de algas me llevan por un mundo bajo las profundidades donde la maldad se desvanece, donde el resonar de clarinetes y violines me hacen ser pasajero de un paraíso interminable en el hechizo del amor. Sois bienvenidos, como muchos otros. Aunque vuestra estancia aquí será corta espero que sea provechosa.
Después de esta misteriosa presentación, cuando la tarde daba a gritos su somnolencia les sugerí que me acompañaran a mi humilde cabaña. Ellos asintieron al unísono. Me siguieron en silencio, ni sus pisadas se sentían solo el crujir de las ramas al adentrarnos en el boscaje, solo la brisa jugando con nuestros rostros, solo el gorgojeo de las aves aventurándose en sus escondites.
Llegamos a mi cobijo y con una mano sobre mi hombro flor me miro.
- Cabaña de gente solitaria. Para mi y mis compañeros es dicha que nos hallas invitado a esta intimidad tuya.
- La dicha es mía- dije yo- Esta cabaña pertenece a todos aquellos que son engendrados por las mareas a igual que yo.
-Gracias- entono arco de las mareas- Bien hermoso este lugar. Su salvajismo. Esa vegetación exuberante y virgen que mana de la madre tierra.
-Pero, acomodaos amigos míos. Mientras os traeré algo para comer y beber.
- No- saltó toba de las tierras- Agradecemos tu invitación. Pero no necesitamos comer ni beber. Tus palabras y buen hacer son nuestro alimento. Sólo hemos venidos para darte ánimos y saborear un poco de tu vida. Una visita fugaz. ¿Y tus metas en esta vida náufrago? Te olvidaste de ellas. Todo ser humano tiene unos objetivos. Pero tú pareces persuadirlos de tu mente. En esta isla solo. Tú solo y el océano. Tú solo y la naturaleza. Giras entorno al oleaje, a la llamada de la luna y de los astros que mudos te silencian para ser hombre aventurero de otros lugares. Pareces cansado. Pero solo de aspecto. Porque tu espíritu es afán de volcarse en la orientación de la insonoridad del humano. No crees en nada solo en lo que te rodea, solo en esa fuente que puede ser el amor. El ser humano necesita amor. Amor así mismo, amor de otros. A veces no lo vemos y para querernos necesitamos ese espejo del igual donde se refleja todo el poder de amar que tenemos.
- Toba te comprendo-dije- Mi amor está aquí, nos rodea con ese ronroneo particular. Por cierto, tengo que ir a verla. Sí, ir a visitar a mi amada que se mece con las olas del océano que recorre esta ínsula.
- Comprendemos. Iras solo. Lo demuestra tus pensamientos. Un velo de nostalgia te funde en esa huella que ella dejo en ti.
- Enfermó sabéis. Se agravó sabéis…
- No naufrago. No sigas más. Sabemos la historia. Esa historia que te envuelve en dejadez. Tal vez en otro lugar…
- No amigos míos. Ella era la única. Se me hace tarde. La noche es llamada por la plateada y esta me hipnotiza en el vals de las estrellas junto a esa roca que siempre me poso. ¡Oh el romper de las olas¡ Espumas que dejan la fragancia de ella. De ella…
- Océano y tú. Tú y Océano- habló arco de las mareas- Sois manivela al llamamiento de nuestras fuerzas. Nos habéis llamado con el eco sonoro de los cambios de marea.
- Detente- dije yo ensimismado- Acaso, ¿ la habéis visto? ¿Habéis hablado con ella? Decídmelo, por favor.
- ¡Si¡- respondió toba- Si la hemos visto. Bien hermosa es. Tan cercana es su sonrisa como cercana sus penas.
- - ¿Qué os dijo?- extasiado estaba yo ante aquel evento-¿Qué os dijo la belleza de mis suspiros?
- Nos dijo que corazón siempre está en ti. Siempre será ola que te acoge. Que te espera todas las noches con el rumor rompiente de las olas sobre tu piel para acariciarte y ser beso de amor en tus labios.
- ¡Oh, mi amor¡ ¡Mi amor ido¡ Quisiera tanto abrazarla en estos momentos. Ser parte de ella. ¿Cómo puedo llegar?
- No. No puedes náufrago. Solo cuando la tierra sea sepultura de ti podrás verla, hablarle. Mientras, en este estado de la vida no.
- Maldita sea- grite yo en un sollozo- Un baile de punzadas vuela alrededor de mi. En mi mente deseos de muerte. En mi mente deseos de vida. ¡Qué la naturaleza diga¡ Me voy. Voy a sentir el retozar de las olas. Esperarme aquí.
Como de costumbre me dirigí hasta la roca donde me poso todas las noches. Había una oscuridad tremenda pues no había luna. Pero yo ya sabía los pasos a dar de memoria. Noche tras noche…Mis lágrimas se quebraban en mi garganta después de la noticia. Tan cerca y la vez tan lejos. Me senté en la roca azabache como siempre y esperé. Esperé que su aroma acogiera toda mi persona. No fue así. El mar estaba calmo como si fuera un lago. No escuché su susurro por lo que me desesperé. ¿Qué había pasado? Por lo que volví a la campaña más temprano de lo normal. Allí estaban mis amigos. Esas tres almas me miraban fijamente como descubriendo cada uno de mis pensamientos.
- No te mortifiques náufrago. Hoy ella no está. Está descansando. Sabe que nosotros somos buenos amigos. Cuando nos hallamos ido ella volverá. Descansa ahora.
Y tal como sonaron aquellas palabras me dormí en un profundo sueño. Un sueño que aun recuerdo. Si, recuerdo. Una ola en reposo se acercaba a la cabaña con sus caballitos marinos, con sus delfines. Sin yo esperarlo me invitaron a seguirlos y así hice. La ola retrocedió hasta el mar y yo me sumergí en el. Lentamente me iba hundiendo entre las aguas hasta las profundidades. Lentamente ella fue apareciendo. Quería abrazarla, tenerla entre mis brazos. Pero a medida que lo intentaba se desvanecía. Así hasta el alba. Hasta que esos filigranas solares se infiltraron pausadamente por la cabaña y desperté. No hubo mortificación en mi sino paz. Una extraña paz y confianza. Al principio miré ese techo rugoso y quebrado. Luego recordé las tres almas del día anterior. Mi mirada fue hasta ellos pero solo había uno, solo flora. No pregunté por los otros dos. Ella se acercó a mí.
-¿De que quieres hablar naufrago? ¿Qué quieres sentir? ¿Quizás un abrazo de amistad?
- Pues si. La pena y el rememorar del ayer caen en mi continuamente. Un frío degollante encharca mis manos, mis piernas, mi cuello, mis ojos hasta no más que pisar ciénagas que me desorientan apartándome del sueño. ¡Esta soledad¡
- Odias la soledad naufrago.
- No, no la odio. Me agrada ser pasajero de ella. Es que a veces el recuerdo me apuñala. Me invade cuando aparecen ellos en mi mente.
-¿Ellos?
- Mis amigos. Los añoro tanto que duele, que requema. Y ella como la más.
-Te comprendo.
Flora se elevo entonces. Como si sus pies no tocaran el suelo y me tendió la mano, me dio un abrazo. Me dijo después vamos a la playa.
- A la playa. ¿Tan temprano? Entendí antes que no querías ir. Para que quieres ahora ir ahora- dije yo.
- Por que allí es donde yo nací. Allí están tus penas. Quiero que veas la realidad. Que abandones esa balada dañina de tus amigos. Ellos se han ido y quizás no vuelvan más.
- No. Nunca los abandonaré. Un día volverán y me tenderán de nuevo el abrazo del amor, de la amistad. Dime, dime. Si me desquito de la ilusión, de los sueños quien me acompañara en este silencio, en esta soledad. Entraría en el delirio, en la locura y una fuerza brutal me evocaría al adiós.
- Naufrago hay algo en ti que es un pesar. Pero no es un pesar de lastima. A veces presiento que te autolesionas mentalmente. Te noto tan envejecido…
- Si. Me siento culpable. Culpable de no haberla auxiliado a tiempo. Si la hubiera visto antes. Quizás…Soy culpable de haberla dejado morir, de haberlo visto-me arrodille en esta arena y comencé a llorar, a expulsar todo lo mal que en mi había ante ese remordimiento- Yo quería retenerla pero la vida no me dejaba, estaba tan débil, tan demacrada…
- No naufrago. Tú no tienes la culpa. Tú eres inocente. Que bien que has expulsado eso que te mortifica y te muerde por dentro. Nacemos, caminamos y morimos. No hay vuelta de página. Cada uno más tempranamente o de la manera más tardía pero hemos de fenecer. Tú, buen hombre, hiciste todo lo que pudiste. Ella lo sabe. Ahora tienes que descansar para que su alma también descanse.
Cuando flora hubo terminado de hablar un rayo de luz más fuerte aún se poso en mis ojos. Cuando pude abrir los ojos flora ya no estaba en la cabaña se encontraba Toba de las tierras.
Me tendió la mano y yo se la di. Me llevo hasta la playa.
- Es fabuloso observar como un tiburón azul se aproxima y no ser comida de él.
- ¿Por qué dices eso?- pregunté yo ante tan extraña conversación- Son temibles, depredadora es su naturaleza.
- Si, son como nosotros. Nosotros también somos depredadores y no solo de otras especies sino de la nuestra misma. Estamos asesinando esta tierra que nos da la vida, es decir, no estamos tragando nuestra sangre sin mirar el futuro. Las generaciones venideras solo tendrán desierto y enfermedades.
- Te comprendo. Esa es una de las razones que estoy aquí. Convivo pacíficamente con la naturaleza. Solo cojo de ella lo que necesito para mantenerme vertical y con las ideas claras.
- Sería maravilloso si el respeto asesinara a la ambición desbocada y sin límites.
- Sí, sería maravilloso.
Mientras una ola rompe dejo que mis palabras se anulen. Toba de la tierra se da cuenta. Un suspiro me asalta y entonces la veo a ella en la lejanía, ausente.
- Náufrago deseas apagar tu voz. No me escuchas. Es ella no…
-No-intento disimular- No me he dado cuenta. Me encontraba soñando. Soñando despierto. Vamos.
Quería no se por qué alejarme de la playa. Ella era presente, su aroma…Ahora envuelto en sal y caracolas.
- Si alejemos de este lugar embellecido por el ronroneo de las olas. Adentrémonos en el interior de esta bonancible isla.
Sus profundidades con toba de la tierra al lado mío tomaban otra dimensión. Caminaba como si una alfombra de margaritas estuviera a ras de mis pisadas. Me sentía a gusto. Me veía. Veía mi cuerpo vagar en un lugar desconocido y a la vez presente en mi memoria. No se como explicarte muchacho. Si explicarte esa sensación, sería la paz.
-Observa náufrago como los rayos solares en su declinación ya se pierden. Abrígate de ellos. Yo me iré. Desapareceré en la nada y seré como ellos.
Tras decir esas palabras el sol se desprendió de la bóveda terráquea y fue sustituido por la luna. Una luna que me decía mira el mar. Toba de la tierra que andaba detrás de mí desapareció. Tal vez como decía él me abriga en esta soledad. Como de costumbre me fui hacía el mar. Ese océano que me inspiraba a ella. Siempre ella. Deje mi ser tendido bajo la luna hasta que el crepúsculo me indicó que era hora de volver a la cabaña. Cuando llegué me recosté en mi catre. No me extrañé que no hubiera nadie. Me dormí. No soñé nada en el rato que duro el sueño hasta que otra vez un haz luminoso penetró en mi cabaña incidiendo en mis llamaradas.
-¿Te has despertado amigo mío?
- ¿Dónde están los otros?- pregunté agotado.
-¿Los otros? Quizás sea yo. Seamos tres en uno. Se han ido- suave dijo flor de los vientos.- Seguro que no deseas volver. Noto cierto nubarrón en tus pensamientos como si te arrojaras por pedregales a un paso ya mortal.
-Lees mi mente, es verdad- A veces dudo en este pequeño círculo de soledad. Pero aquí mi entusiasmo aunque este diezmado no se transformará en odio, los sueños no serán envidia y la alegría, la poca que me queda, no será señal de un cierto malhumor. Me hallo equilibrado. Allá una apisonadora pasaría sobre mí y caería, caería en lo más profundo de la miseria del ser. Aquí el único enemigo que poseo, si se puede llamar enemigo, es el tiempo. Lo acepto y hago lo posible por afrontar esas dificultades. Además solo totalmente no estoy. Como he comentado aparece algo nuevo en la isla como tú.
Y el día calló. Volvimos a la cabaña y placidamente abrazado a flor de los vientos me quede dormido. Sí, dormir. No se cuantos soles pero cuando desperté por influencia de la claridad del día tuve cierta sensación. La sensación de cómo si me hubiera fragmentado en tres trozos y volvieran a mi cuerpo. Sí, aquello fue mi alma. Mi alma dividida, carruaje de tapias que hasta ese momento me había ido edificando. A partir de ese momento todo cambio o cambio mi punto de vista. Me sentía con un incierto cansancio pero a la vez alegre, jovial, envuelto en la llamada de los astros para contemplar los rastros de mi amada, de mis amigos. A ellos volví. Esperaba sus visitas aunque solo fueran solo de manera espiritual. Sabía que ellos estaban bien. Aquí me tienes amigo. He aquí el hombre de tempestades que ahora sonríe en este entorno de paz. Todo a mi derredor es paz. He aquí el hombre derribado por sus propias murallas que ahora con pilares más portentosos asciende a la estabilidad. Una estabilidad que me hace gozar de la vida de esta naturaleza virgen. He aquí el hombre de corazón quebrado que se ha unificado para amar más. Amar más y más. Voy a ver a mi amada, me dije. Mi amor el mar. Parecía una marina con total perfección. Así quieta. Así serena. Así con la bóveda celeste sin ninguna nube que me deletreara el significado de los sueños. Así bella. Su calma era tal que la brisa que insuflaba me hacía perder en ese soñar despierto. Imágines iban recorriéndome. Tan puras, tan cercanas que desembarqué en sus aguas. Su frescor, su salinidad…Después envuelto en una fragancia especial me dirigí al interior de la isla. Ya sin la agresividad del tenebrismo, sin la fatiga de mis piernas. Me cubrí con hojas de plataneras cuyo verdor precioso me daba calor, recolecte frutos y raíces pues hacia días, no se cuantos, que no comía. Yo les respondía a cada fruto o raíz cogida. ¡Buen árbol¡ ¡Buena tierra¡ Gracias por ayudarme a vivir. Gracias por acompañarme en este lugar de beldad indiscutible. Danzaba alrededor de ellos y me daba la sensación y todavía me da que lo agradecen. Me hallaba sin duda en paz conmigo. Me sentía aliviado de no despertar con el ruido asfixiante de la polución sino con las aves que reinan en este paraíso. Este naufragio mi fue un regalo. En mi país andaba ya como perdido. Todo era prisas y prisas. Miradas ausentes, rostros de mármol como si la muerte los acaparara ya. Esquinas donde mendigos decían de la sociedad que me envolvía. Solo había ruido, solo ruido. Ruido que demacraba más la belleza de los edificios, la belleza de algún que otro pajarillo mojado de contaminación, desahuciado de las ramas negras de la urbe. Por ello te digo que lo mío no fue un naufragio sino un detalle de la vida. Aquí todo es natural, tú eres natural. Ella era natural, el hombre de hielo es natural, el albatros es natural. Mientras mis años se extinguen aquí hubo de nuevo un suceso. Una noche de luna llena hermosa, perfecta y yo en la playa tropecé con un cayado en la zona que la mar brama con mayor fuerza. Había un ser semienterrado como pude comprobar con la claridad de la plateada. Me aproxime. Era un joven de tez morena recorrido en sangre por algún naufragio. No, no era un joven como te he dicho. Era un niño. Si un niño. Lo cogí, su peso era liviano. Me el aroma que desprendía era a cadenas rotas, a emigrante de mundos desconocidos. En su pálida tez se dibujaba la cruda matanza de los suyos. Lo cuidé, lo mime hasta que su entereza se viera repuesta.
-Madre, madre- fueron sus primeras palabras.
-Soy tu amigo. Despierta chico- le dije yo suavemente abrazándole.
-Madre, madre- continuó él gritando, sollozando, herido.
-Chico, chico. Levanta tus párpados y mírame a los ojos. Despierta por favor-
Y entonces eclosionó y me miró. Se sentía confundido, extrañado.
-¿Quién eres tú?- preguntó asustado- ¿Dónde está mi madre? Madre, Madre. ¿Quién eres tú?
-No te preocupes. Cálmate. No voy hacerte daño. Soy tu amigo. Tus padres no están aquí.
- ¡La tormenta¡ ¡ Mí madre¡- entono tartamudeando, desolado.
-No. Estás tu solo- entristecido yo comenté al chico- Ya he rastreado la isla. Seguro que estará en otra.
- Yo que hago aquí. Anoche hubo una tempestad terrible, terrible…- sollozaba él-…y no me no recuerdo más.
- No se nada de esa tempestad muchacho. Yo te he encontrado aquí, en las rocas de la playa.
-¡No¡ Mi madre, mi madre. Ellos estaban en la balsa conmigo después .No recuerdo.
- Lo siento chico. En esta isla solo estas tú. Ellos…
- Si. A lo mejor. Pero a lo mejor están en las malditas profundidades del océano siendo cebo de los tiburones- con lagrimas en los ojos chillaba él. Callo en un espacioso silencio y luego- Mi madre ha muerto. ¡Ha muerto¡
-No muchacho. No digas eso.
- Ha muerto. Esa balsa nos vomitó. Vienen a mi mente vagas fotografías, vagos movimientos. Vi como un tripulante de la barca con su propio remo intentaba salvar a mi madre que había caído al agua. Vi, lo vi. Que su rostro se desvanecía en la aberrante espuma, como el océano fue su tumba. Eso lo recuerdo. Tengo ahora esa imagen en mi mente, una imagen que me hunde en el miedo e impotencia.
-Lo siento muchacho.
- Todos murieron por desear una vida mejor. Un vergel que los abrigará de tanta pobreza, de tanta guerra. Querían la libertad y la paz. Y, ahora, solo son muertos de las mareas, muertos del terror. Danzan con las mareas, danzan con las esperanzas rotas, danzan con el descanso, danzan con la muerte. Ahí, en ese territorio inexplotable y misterioso. Yo solo. ¡Solo…¡ ¿Qué hacer? Me he quedado sin nada y sin nadie. ¡Madre¡
Lágrimas que esculpían su dolor. Lágrimas que fecundan sueños inalcanzables. Lágrimas de un corazón resquebrajado. Y yo sin saber que hacer ante tanta desdicha. Se levantó del catre y comenzó a merodear por mi minúscula cabaña con su quejido silencioso.
- Toda una vida huyendo para acabar así….Sí, muertos. Que sus espíritus se eleven y protejan a los próximos.
Las jornadas fueron pasando. El chico se fue recomponiendo. No sabía que hacer con él. Deseaba más que nunca la visita del albatros o el hombre de hielo. Sí, lo deseaba. Para que se lo llevase al encuentro de sus sueños. Y ese pensamiento mío se hizo realidad, los dos vinieron a mismo tiempo. ¡Qué gran alegría¡ ¡Qué gran tristeza¡ De nuevo me quedaba solo. Solo no, ella estaba conmigo…Océano. ¡La bella océano¡
Y aquí sigue…¡La bella océano¡ Termino así el viejo náufrago de contar su historia. Dejo al muchacho solo con su barca en la playa y silencioso se fue a esa roca donde rompían las olas, donde océano le hablaba.
Fin
ENERO 2011
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