La oscuridad. La luna todavía en pleno apogeo. Las últimas estrellas del firmamento. Es la madrugada. El día anterior ha sido muy agotador. Entre sábanas arrugadas los dos giran en el mundo de los sueños. Anne, camina por la orilla de la playa con sus pies descalzos, gaviotas vuelan a su alrededor. Ella suspira y en ello una de las gaviotas se aproxima a ella. De repente siente que es invisible y que la gaviota penetra en ella. Ahora, forman un ser vivo nuevo. Un ser vivo que camina y vuela alrededor del mundo. En su viaje observa cada desgracia, cada tragedia, cada miseria del ser humano pero, siempre, con su regreso a la playa. Allí cavila y cavila. Busca una solución pero la nada las rodea, la resignación la persigue, la contemplación de un nuevo día que se aproxima se apodera de ella y siente paz. Un sosiego que la imanta sobre un océano de rosas. Antón, sin embargo , es cauce de una pesadilla. Anne no lo sabe pero el médico le ha recetado unas pastillas para dormir. Su subconsciente se vuelca en un océano de lava. De ahí, surgen ciento de cabezas de muertos por alguna tragedia. Despierta. Sudoroso y frío se mira las manos, mira a Anne. Rápidamente sus ojos se fijan en el espejo que tiene frente la cama y ve un ser abatido. Se da cuenta del mal aspecto que tiene: ojeroso, pálido. Se levanta aunque son las cinco de la mañana y por lo tanto faltan dos horas para que den las siete. Antes de dirigirse a la cocina se fija en Anne, duerme apaciblemente. La mira con cariño y ternura, con un esplendor que agrieta más y más su corazón. Algo extraño está pasando en él pero no sabe. No sabe lo que en sus entrañas se está cociendo. Quiere tocarla, sentir la humedad de sus labios. Hace tanto tiempo que no se besan que parece que se halla en una estación fría eviterna.¡La ama tanto que la respeta¡. La deja que siga descansando, reposando en esa esfera placentera de los sueños. Le gusta verla dormir. “Parece un ángel, un ángel que se poso sobre mi hombro en el ayer”, se dice él.
En la cocina prepara el café. No soporta el silencio que hay en la casa solo, el murmullo de las olas. Necesita oír la voz de Anne. Por un instante piensa en levantarla pero, no, es mejor dejarla así, en esa fantasía que erige su mente. Después de tomarse el café mientras un cigarro despliega todo su humo en espiral retorna a sus pensamientos. “Anne está tan lejos. Tan lejos que mi fuerza de amarla no hace nada. Ya en ella no hay palabras de amor. Ya en ella no hay esa mirada cómplice de cuando nos conocimos. Ay, como vive en mi el recuerdo. Aquella playa, nuestros cuerpos danzando con la marea, nuestro encuentro, la luz que iluminaron nuestros ojos cuando nos descubrimos y el simple echo de las palabras del silencio nos hizo emerger en una historia de amor, de pasión. Ahora somos como este tiempo invernal, un frío metal discurre por sus venas. Tanto, que ha llegado a mí de manera mortífera. Cada día estamos más distanciados. Tanta es nuestra lejanía que los tambores de la ruptura han comenzado a zarandear sobre nosotros. Yo, ello, no lo soporto. Me tira. Me tira hacia una atmósfera gélida en que sin ella no puedo vivir. No, no puedo vivir. Acaso, soy cobarde. No. Tan solo, no me imagino la vida sin ella.” Anton está abatido. Se va a la terraza. De allí puede contemplar el mar. Ese mar que los unió y ahora los esta separando. Son la seis y media. Una bola broncínea gigantesca comienza a ser acto de presencia y, con ella, la bóveda se viste de malva-anaranjado. Se aproxima la lluvia, una lluvia que arrancara la jornada que aun parece permanecer en su letargo. “ Hoy lloverá, lloverá cenizas sobre mi. Uh ¡La mar en calma¡ Mi cuerpo desnudo. Su cuerpo desnudo. La playa. Hace tanto tiempo que no lo hacemos. Sí, bañarnos a esta hora cuando no hay nadie o lo que están de no se fija en la nimiedades de ver dos personas desnudas en pleno alba verlas bañar. Nuestro sueño era esta casa al lado de la playa para conmemorar el día que nos conocimos. Oh, ya son casi las siete y yo ronroneando en mi mente”.
Anton con cierta nostalgia que se enhebra en su interior sale de la terraza y se dirige a la habitación. Despierta suavemente a Anne. No quiere interrumpir bruscamente su sueño, un sueño que es tal vez mágico.
- Anne. Anne.
- ¿Qué quieres?
- Son las siete amor mío.
- Oh. No me digas eso. ¿Qué le pasa al dichoso despertador que no ha sonado?
- No lo se . Toma, te he traído un poco de café.
- Uhm. Gracias cariño.
Anne se sienta en la cama. Se bebe el café pausadamente mientras intenta despertarse. Bosteza, estira un brazo y luego otro. Se queda mirando a Anton con extrañeza.
- ¿Estás llorando?
- No. No Anne.
- ¿Cómo que no? Estoy aun media dormida pero ciega no. De tus ojos mana algo fluido y , yo supongo, que es llorar o, acaso, tienes un manantial dentro de ti.
- Será de alergia.
- ¡Alergia¡ ¿Desde cuando eres alérgico. ¿Ha pasado alguna desgracia?
- Es alergia Anne. No ha pasado nada. Lo que yo nunca de lo había dicho. Sabes, de pequeño era alérgico y por lo visto me ha vuelto a estallar.
Anne se olvida de Anton . Ya se le pasará, piensa ella. Se termina su café y se levanta.
-¿Cuándo has hecho el café?
- Hace dos horas Anne. Disculpa, se me olvido calentarlo.
- Que raro en ti Anton.
Las palabras de Anne suena con retintineo. Anton no se puede creer el error que ha cometido cuando lo que desea es lo mejor para ella. Y tan solo por un café. Está cayendo a lo más bajo. Ya no se permite algún fallo. Anne termina de tomarse esa bebida oscura y fría resignada. Se levanta ante la mirada inexpresiva de Antón.
-¿Por qué me miras así? Dime cariño, nunca has visto una mujer desnuda. ¡Antón¡ ¡Antón¡ Despierta criatura.
Antón calla. La burla de Anne no le hace gracia. Toma la taza y se la lleva a la cocina con la cabeza gacha.
- Antón. Ya te habrás duchado- grita Anne desde la habitación.
- Si, amor mío.
Anne sale de la habitación y se mete en el baño. Hoy ni se mira al espejo. Va tan acelerada que ni tiempo tiene de ver su imagen reflejada en ese cristal.
- Hoy chico tengo tanta prisa. Tanto trabajo por hacer…
- Como siempre querida.
- ¿Qué?¿Qué dices?
- Nada mujer.
- Siempre nada mujer. Algo te ocurre. Te conozco. Porque no lo dices. A ver, a ver. Dime como te va en el trabajo.
- Ya te lo he dicho mil veces. Quieres que te lo repita de nuevo.
- Si, por favor.
Antón no contesta. No le da la gana de decir algo. Ya han hablado de ese tema y repetir lo mismo, como que no. Anne sale de la ducha con una toalla enrollada, directamente va a la cocina. Allí, encuentra a Antón sentado mirando fijamente el fondo de una taza de café.
- Pero que haces hombre-dice ella cómica- Estas observando lo que depara tu futuro con los posos del café. Ja, ja.
- No seas tonta.
- Antón sigo diciendo que te encuentro extraño.
Antón no quiere responder. El tono de su tez se torna a un rojo intenso. Esta hirviendo por dentro. Lucha para reprimir sus palabras pero explota . Está harto, harto de la situación de su vida. Se halla al límite, un límite donde aguas bravas y viscosas tiran de él.
- Si. Estoy extraño. ¿Y qué?
- ¿Y qué?- contesta Anne sorprendida.
- ¿Qué tinieblas te asaltan cariño? Dime, que es lo que te carcome.
- Muchas. Te pasas el día trabajando. No hay momento para conversar contigo.
- ¿Cómo? No estamos hablando ahora.
- No. No me refiero ahora. Son todos estos años, todos estos meses, todas estas semanas, todos los días que llevamos juntos.
- No te entiendo. Yo he de cumplir con mi trabajo. Estas un poco airado. Tal vez deberías de coger un poco de aire.
- No Anne. ¡No¡ No aguanto más.
- ¿El que no aguantas tesoro?
- Esta situación. Nuestra relación se esta rompiendo.
- ¿Cómo puedes pensar en ello? Yo te quiero. Bueno, dejemos esto para otro momento, vale. Ahora tengo que vestirme y marcharme.
Anne se va de la cocina. Antón se queda meditando. Se arrepiente de lo que ha dicho a Anne, algo lo recorre de manera intensa hasta hacer estragos en él. Es como si ella no lo entendiera. No entender, esa es la palabra exacta. Se martiriza mientras la siente vestirse y marcharse. Anne desde la puerta de la calle se despide, Antón, retorcido, no dice nada. Friega la losa. Hoy ha pensado que no ira a trabajar. Que deja su trabajo porque no le entusiasma. Lo cierto es que no le va muy bien. Las caras huecas de sus compañeros, la palabra negada a cada una de sus opiniones, el aburrimiento de estar aguantando durante ocho horas a seres de hielo. Solo le queda Anne pero, ella es allende ave que no puede en estos momentos tocar. Buscar un sendero de luz, ello, es lo que necesita. Se halla vacío. La nada gira alrededor de él e imprevisiblemente ve que todo va acabar mal. Termina de fregar y recoger la cocina se dirige a su cuarto. Allí su mesa, su silla, su ordenador. Se sienta. Intenta escribir unas palabras para Anne como despedida. No puede. Se tiene que enfrentar a una hoja en blanco. Una hoja en blanco especial para ella y eso que esta acostumbrado a escribir. Ha de escribir algo adecuado, una despedida. Sí, se despide de ella. De esta vida tan monótona.
Querida Anne:
Me estremezco al escribirte estas palabras. He tropezado con la vida. Más bien me he hastiado de ella. No se, sobre mi una neblina gira y gira bestialmente. No vayas a creer que se trata de ti. Tú no eres amor mío. Estoy en ese paso donde el viento con su celeridad y violencia te lleva a la muerte. Sí, a la muerte. Tal vez, sea este paro que ahora le toca llegar. Sabes lo que significa. Empezar otra vez de nuevo…No, no lo soportaría. Muchos años dependiendo de ti y de la invitación de los demás. Ahora, he caído. No puedo levantar la cabeza como debería y mirarte. Se que tu me quieres. Que me amas pero, podrás vivir sin mi. Mi ausencia no supondrá ningún conflicto en tu vida. Correrás tu camino como mujer valiente y decidida y hallarás alguien mejor que yo. Alguien que con su fragancia te expansione más y más. Son falsas expectativas de mañanas vigorosos la que nos hacemos. Tú lo hiciste bien. Un buen trabajo que además adoras. Yo me siento orgulloso de ello. No quiero molestarte más. Ya se que no te avergüenzas de mi. Yo, si. Mis fuerzas ya no pueden más. Sí, soy grotesco con esto que estoy haciendo. No pienses que deseo hacerte daño. Jamás. Es que hay un vacío en mí. Un pozo de lodo me observa, me examina, me toca. Adiós querida mía. Mi querida Anne.
Antón abre el cajón de su mesa y toma las pastillas. Se las traga todas. Deja la carta sobre la mesa de Anne. Se pone el bañador, se viste y con una toalla baja a la playa. Se quita la ropa. Por un momento cierra los ojos y tiembla. No hay nadie. Es invierno. Se introduce en el agua. Se deja ir. Una rara sensación se acerca a él. Mientras nada más y más lejos de la orilla sus pensamientos recorren cada parte de su vida. Se para. Ya está en el sitio adecuado. La marea está revuelta. Ello, es ideal para dejarse ir. Se dejará llevar. Se deja llevar. El océano le habla. Le grita. “¿Qué haces hombre? ¿Por qué? ¿Por qué? Las mareas del ayer se retuercen en ti. Las mareas del hoy dicen de apuñalar cobardemente a la mujer de tu vida. Eres ahora parte de nosotros. De este mundo oscuro donde seres de otras tierras son náufragos de un sol turbio. Vagarás en la deriva como otros cuerpos hasta que la luz de un puente azul te guíe hasta la verdad. ¡El amor¡ ¡No más que el amor¡”
Anne regresa a casa. Ha estado todo el día llamando a Antón pero este no contesta. “Se ha incomunicado. Como se atreve hacerme esto a mí”. También ha llamado al trabajo pero, allí, no saben nada. Al abrir la puerta siente cierto aroma enrarecido, un aroma que solo percibe sus sentidos, sus sentimientos. Va directa a su cuarto. Sus ojos se cierran, no quiere ver la nota que está sobre la mesa. Algo impredecible ha ocurrido. Algo que ella misma no lo supo averiguar. Se sienta igual que el para leer la nota. No se lo puede creer, las marismas del horror penetran hasta su corazón. El infortunio ha caído sobre ella. Su cuerpo cimbra incoherentemente. Una brisa tormentosa y gélida resbala por su tez. La cabeza es un campo de minas que ha estallado en la pisada incorrecta, en la compresión incorrecta. No siente fuerzas, ese agarre para levantarse. Sus piernas no responden. Todo ha acabado. “No. No amor mío.”, grita. “ Desfallezco. Penetro por un laberinto donde estacas me sobresaltan cada vez voy hallar la salida. No. No amor mío. Un río de buitres aniquila el fluir de mi sangre. Desolada busco tu huella y solo hallo pedregales donde mi pisada es rajada. No. No amor mío. Amor roto. Amor herido. ¿Por qué te vas?” v
Anne inmediatamente coge el teléfono llama a la policía, a los bomberos, a una ambulancia. Pero, ello, nada sirve. Las horas pasan. Los días pasan. Lo están buscando. No hay rastros de él. La oscuridad se cierne sobre ella. No quiere ver a nadie. Es tanto, tanto el dolor. “ Te has ido. Te has ido cuando la plateada a igual que tu dejaba de respirar. Te has marchado con ese océano traidor que dará ahora toda esa hoguera del amor. No te bastaba acaso, con el mío. El final de nuestras palabras. El final de nuestras acaricias. La muerte ha venido.¡La muerte¡”
**
El entierro viene. El entierro se aproxima con sus fúnebres tonadas. Amigos y compañeros lloran a un cuerpo invisible, perdido en la nada. No obstante ella quiere quemar sus cartas en el crematorio. Aquellas cartas cuando era escurridizo de los primeros halagos. Arden y sus cenizas son guardadas en un cofre. Anne lo acoge entre sus palmas mutiladas de tanto llorar. Se lo lleva a su pecho. Sus lágrimas son riachuelos del que emerge alas de mariposas disecadas. Esta ella sola y el cura. No se intercambian palabra, el lugar es tan sobrio y frío que cualquier sonido se convierte en granizada.
- ¿Qué vas hacer Anne con estas cenizas?-le pregunta el cura cauteloso.
- No se padre. Las arrojaré al mar. Le rogaría que no se inmiscuya en mis asuntos.
- No. No quiero inmiscuirme. Solo era una pregunta. No cree usted que sería mejor enterrarlas en un nicho.
- ¿Qué habla usted? Mi marido no era creyente. El adoraba el océano y como tal allí las esparciré.
- Ya entiendo. Así cayó.
- ¿Cómo que así cayó? Usted no lo entiende. Por favor, le ruego que me deje sola.
- Sola no. El pecado se cierne sobre él. Su alma no descansará en paz.
- No me diga. Vaya con sus estupideces a otra parte. Y, una cosa, aprenda a respetar las creencias de los demás.
Ante las palabras de Anne el cura no sabe a que acatarse. Por su mente pasa de infinidades de pensamientos airados pero se para. Se traga su lengua. Se gira y se va con paso firme y acelerado murmurando insultos en voz baja. Anne ahora está sola. Con el cofre entre las manos. Lo abraza fuertemente contra su pecho. Sus lágrimas son veredas por donde corre todo su ayer, todo su hoy, todo su mañana. A paso lento se retira de esa pequeña sala. Sale del cementerio. Se sube en su coche y toma dirección a su casa. La jornada corre como el agua. Ya es la noche. Pocas estrellas desfilan por la polución y la iluminación. Pone la radio. Una canción nostálgica da a luz la nostalgia. El tráfico es denso. Ella no se desquicia, no pierde los nervios sumisa en esa balada de los buenos tiempos. Llega a su casa y con ese cofre en las manos más la insonoridad de las paredes parece helar. Se tira en el suelo. Esta de rodillas. No sabe si llamar algún amigo. Pero para que, se pregunta. Está tan sola.
**
l Anne despierta. Se erige a la ventana, divisando el amplio rugir de la marea la cual se halla atizada por la serenidad de las olas. Por un momento deja esa imagen y se pone el albornoz que está posado en la cama. Otra vez se va a la ventana. Quiere seguir contemplando el océano. Ese océano que se asemeja a Antón. ¿Dónde se hallará?, se pregunta ella a cada ola rompiente con la avenida. Sus vivencias del pasado se escenifican, sus vivencias del hoy también. Su rostro se desfigura más y más por salvajes tirones. “¿Por qué estoy aquí? Delante de esa ventana indagando el espacio que va más allá del océano. Quizás, no haya buscado suficiente. Cada despertar lo mismo”, se indaga ella. Ante ella el océano a ras de sus ojos. Sus ojos ciegos. Sus ojos incrédulos respecto a su muerte. La jornada es igual que siempre, igual que cualquier otro despertar. La brisa marina parece aniquilarla. Una brisa primaveral que se combina con las primeras luces del día. Su pecho está desnudo. Ninguna mano sedosa es ala de la pasión, del amor. Esta sola. Siente que él la llama. Ve a Antón subir junto a su mano hasta la casa. Lo ve como si se tratase del presente. Con su cabello azabache, con el azul de sus ojos, con lo puro de su cuerpo. Ella al lado de él. “¿Dónde estarás? ¿Dónde se halla ese arco iris sonriente del alba?”, se pregunta. De su dolor sangra la herida. Es enviada a las profundidades engreñadas de delirio. Cada minuto que pasa decae más. Cada lágrima que arroja es secuencia de él. Ella no quería perderlo, no quiere sus sábanas revueltas danzando en soledad, no quiere su almohada fría acogida por el cierzo, no quiere sus zapatillas mudas. “¿Dónde estás amor? Deseo el destellar de tu cuerpo como el ayer. Solo imperan tundras sobre mis manos. Siento tu aroma, tu fragancia cedida por la brisa marina. Miro, observo, examino y ante mi la luz se apaga. Veo un ser con su lamento. Veo un ser desnudo. Veo un ser que baila al son del desvanecimiento. Lo siento decaer. Lo siento decaer en un mar de ortigas del cual no brotará más una flor. Miro, observo, examino y ante mi renace. Renace como cenizas de un tiempo infernal. No lo entiendo. El me adoraba. Hacía de mí trinar una atmósfera donde la paz brotaba de estas paredes. Y, sin embargo. Y, sin embargo se fue.”, se dice así misma. Se aparta de la ventana. Deja atrás así lo que son horas de su cavilar. Ahora quiere sentirlo de cerca, sentir cada minuto de ese ayer, cada paso dado por él hasta desfallecer. Se viste. Sale de la casa. Sus pasos la conduce a la playa. Se detiene para admirar todo lo que hay a su alrededor. Los filigranas rojizos aclaman el estallido de una imagen humana con el gran deseo de su mente. La marea es imagen espectral, majestuosa. Revindica su sensualidad, su pasión por él. Esta en la orilla, la espuma la seduce, la invita a despojarse de todo lo que lleva encima. Se quita la ropa. Cuerpo desnudo que esboza un suspiro, corriente de arrecifes que al induce a meterse en el agua. ¡Sí¡ Ser parte de él. Como si de él tratase se hunde. Es náufraga en un paradero desconocido donde su leve canto no la acalora. ¡Oh sus manos¡, esas que tanto la embrujaban para ser prisionera dócil de él. Lo siente tan lejos. Tan lejos que su cuerpo es mordido por la pesadilla, la pesadilla de este océano desconocido. “ Sabes, así no puedo amar. No volveré a ser lo que era. Te extinguiste”, se dice ella para si misma. Su llanto y su grito se agudiza. Se siente herida. Herida de amor. Del amor perdido. Sale del agua. Deja de sollozar. Los primeros rayos solares son vomito. Por un momento mira su frágil fisonomía: delgada, lánguida, húmeda. Le falta ese halito de ánimo para volver a casa. Hace un esfuerzo y retorna. La penumbra, el lúgrube pasillo. Por un momento una gaviota de fuego brota ante sus ojos. “¿Lo has visto? ¿Has visto a mi amor navegar por este océano? El, que ya no es mar por donde mi río suena. Dime, ahora que eres torre alta de este océano. ¿Lo has visto?”. La gaviota de fuego no contesta. Anne retorna a casa cansada. Solo la muerte y la soledad son su sombra. Sube la escalera despacio, sin hacer ruido. No quiere encontrarse con alguien. Entra en esa casa donde el sol ya no le da calidez. Sus pasos la llevan hasta la cocina. Se hace un café que huele a hojarasca. Algo falta. Con las manos en sus sienes no quiere retroceder al ayer tampoco, al hoy y menos al mañana. Se levanta. Se evade de la cocina que tanto malos recuerdos le trae. Se erige al ventanal. Quiere ver de nuevo el océano. Quiere absorber todo su candor, todos su rumiar. La hechiza. “¿ Se acordará de mí? Como recordarme si su mundo es sepultura, es una luz espectral que te espanta en las tinieblas. Acaso, ¿no me quería?. Acaso, es que toda nuestra vida juntos fue una mentira, fue lo que la imaginación de cada uno de nosotros quiso dar. Quizás yo no supe corresponder. Tal vez él no supo a que atañerse en la responsabilidad de vivir en pareja. Yo te quería. Te quería más y más a cada jornada que pasaba, a cada estación ceñida de su peculiaridad. Te quería tanto. Te quiero tanto. Ahora que tu no estas me atropella esa mirada tuya de muerte. Aunque intente besarte nunca te encontraré y yo solo seré gemido de noches sin estrellas. Una cuerda floja me hace caminar por ella tirándome hacia rocas magmáticas donde tú y el mar sois brumas. La nada. Quisiera conversar con tu latido, se acogida así por el entusiasmo de que existes pero me miro y solo observo tu imagen perdida en el tiempo.
El teléfono suena. Anne no sabe si cogerlo. Seguro que es alguien para consolarla. De ello está cansada. Duda pero la invade el remordimiento y descuelga.
- Si, ¿quién es?
- ¿No me conoces?
- No
Anne se extraña. No tiene idea de quien es. La voz suena serena y tranquila.
- Soy el viento.
- ¿El viento? Lo siento pero no tengo ganas de bacilones.
- Si Soy el viento. No cuelgue. Las estrellas que te guían en el nocturno volverán a brotar y veras de nuevo la luz.
- De que me está hablando.
- ¡Antón te quiere¡
- No juegue con mis sentimientos por favor.
Anne tiene ganas de colgar pero hay algo superior a ella que la fuerza a mantener esa conversación.
- Jugar con los sentimientos. No. La vereda que tienes que recorrer a través del tiempo es larga pero al final lo lograrás querida Anne.
- ¿De que vereda me está hablando?
- La vereda del amor. La vereda de la fuerza.
De repente puertas y ventanas se abren y se cierran. Anne se siente descompuesta ante el suceso mezclado con esa llamada.
- Oiga. Dígame de quien se trata. Oiga…
Nadie responde al otro lado. Una brisa penetra por cada una de las habitaciones. Las luces se apagan y las puertas y ventanas se siguen abriendo y cerrando. Anne no sabe que hacer esta desquiciada.
- Estoy aquí.
- ¿Quién? ¿Quién está aquí? ¡No¡ Me estoy volviendo loca. ¡Qué es esto¡
Anne se encoge sobre si misma y se sienta en el suelo. No puede creer lo que le está sucediendo. Puertas que se abren y se cierran. Esa voz que ahora merodea por la casa.
- Soy yo. El viento Anne.
- ¡No¡ ¡No¡- grita en un largo sollozo.
- Estoy ante ti. No me ves. No es locura lo que tienes. Es tu otra realidad. Esa realidad que ahora tanto te amarga.
- ¡No¡ No entiendo nada.
El viento toma forma humana y se arrodilla. Pone sus manos sobre las manos de Anne.
- ¿Quién eres tú? ¿Cómo has entrado? ¡Fuera de aquí¡ Ya tengo suficiente dolor para que un chiflado que no se con que medio dice ser El viento y encima entra en mi casa sin permiso.
- Anne. Anne.
El viento mira fijamente a Anne. Le transmite paz. Una paz interior que hace tiempo que no goza.
- Dime.
- Debes calmarte. La calma arranca toda esa mala hierba que se arraiga a tu corazón.
- Si
- Así me gusta. Me gusta que tus ojos humedecidos compartan conmigo un rato. Me dicen mucho. Mucho de ese sufrimiento que lleva a ras de ti. No te preocupes por tu amor Anne. El si te recuerda.
- ¿Cómo? El está muerto.
- Muerto para los demás pero para ti no. Recuerda que no te despediste. Que el no se despidió de ti. ¡Tu lo quieres tanto¡ Que sois almas que vagan sin rumbo en los acantilados de la desolación.
Los portazos se calman. Un ciclón de tranquilidad entran en la casa. Anne mira a ese extraño. Una luz penetrante siembra en ella una especie de libertad respecto a la angustia que posee. Se levanta y con él va al ventanal. De nuevo la gaviota de fuego pasa ante sus ojos y la del extraño.
- Ahí esta ella. Ella será el enlace con tu amor.
Desaparece. Ni rastro de él. Anne por un momento se queda mirando tras el ventanal. La gaviota de fuego también de hace invisible en el aire. Lo busca. Pero no queda ni su sombra. Habrá sido un sueño, estaré delirando, se pregunta. Pero no. Fue todo tan real…Entra en su cuarto, se pone una ropa cómoda y de nuevo al ventanal. Observa detenidamente la barca de su marido. Esa barca que tantas veces fue a pescar. Corre escaleras abajo, tiene una idea. Encontrarse con él en el océano. Ella hará lo mismo que él, salir con esa embarcación por las mismas rutas que el solía acostumbrar, como si fuera a su encuentro. Quería recibir un rayo de luz del por qué, saber como era el que se lo había arrebatado. No sabe muy bien pero quiere partir en dirección a su amado. En una dirección tal vez que la introduciría en un laberinto sin salida. No le importa ya su vida. Quiere desfallecer igual que él, igual que Antón. Se aproxima a la barca. La desliza por la suave arena hasta sentir el cosquilleo del agua. La empuja. La barca esta suficiente introducida para ella meterse dentro. Ella misma capitán de un viaje sin retorno, ello al menos pensaba. Un viaje donde su corazón se fragmentaría en dos: entre la realidad y la fantasía de un viento que le diese su amado. Ve extrañada la gaviota de fuego y la sigue. “Remar y remar hasta alcanzar a mi amor. Remar y remar hasta desgastar mis lágrimas por el magma de su oscuridad. Remar y remar hasta se puñalada de este océano como le ocurrió a él. Remar y remar aferrada a que lo hallaré aunque un aberrante acantilado desangre mi razón. Remar y remar hasta desaparecer bajo su volcán. Remar y remar hasta quedar exhausta en mi envejecimiento prematuro. Remar y remar hasta que mi entendimiento oscurezca entre las tinieblas de la incertidumbre. Remar y remar, las olas me llaman, la gaviota de fuego me guía. Remar y remar en esta mar que parece desmayar cuando el sol enrojece y yo soy desgana de seguir viviendo. Para que vivir si tu no estas aquí. Para que vivir si cuando la noche cae las trompetas brillantes del universo no me dibuja esas constelaciones que yo y tú veíamos. Remar y remar para ser espada que raja esa brisa de infortunio. “, se dice ella misma.
Rema y rema como huída del sufrimiento. A medida que se aleja de la costa sus lágrimas se convierte en sudor, su sudor en delirio, y su delirio en un apagón de su sufrimiento. Ahí, en medio de aguas azules donde el alma humana no habita quiere escucharlo. Quiere saber de él. Ella sabe que se encuentra cerca de Antón. Pero sus fuerzas son escasas. Ya no puede más. “Extasiarme con las cascadas dulces del amor. Apasionada soy. Siento como soy eco febril de ti. Tú, ¡gaviota de fuego¡ da una señal de él. De él. Solo el roce de la brisa con mi tez me dice de su ser. Me calcino en la desorientación. Fisuras recorren mis labios al no sentir su beso. ¡Su beso¡ ¡ Ay su beso¡ Relámpagos anuncian su llegada. ¡Si¡ Lo siento. No. No puede ser. El va a llegar a mí. No. No quiero más penurias. Pero, que es lo que se ve a lo lejos. Lo desconozco. No se de alguna isla que exista rodeada por este océano ya plúmbico. Acaso, será el lugar donde mi amado se halla. Quizás será una tierra de arenas movedizas que hizo desaparecer a Antón. Acércate barca hasta ese lugar donde seguro mi pecho volverá a ser hoguera de la vida. ¡Si¡ hacía allí se dirige la gaviota de fuego. Ahora recuerdo aquel hombre, medio ser humano, medio viento. Todo es verdad. “Anne coge de nuevo los remos y se aproxima a aquello que divisa con un brillo especial en el horizonte. Se pregunta que es eso. Si era un islote parte de él o un espejismo. Se extraña. Pero sigue. Llega a la orilla y fatigada baja de la barca. Lo primero que ve en una fuente de arboledas amorfas, un boscaje estancado en el pasado donde la mano humana aún no ha pasado. Árboles retorcidos con el musgo exuberante vistiéndolo. Ella siente como esa masa forestal la acecha, la invita adentrarse y se adentra. La consuela y la hace caer en un largo sueño hasta que la noche es sonata de una brisa suave. Siente una voz que la despierta dulcemente. Abre los ojos. No ve a nadie pero el susurro continua “Ven, ven”. Se levante y se dirige a unos matorrales. Detrás de ellos hay un ser extraño. Un ser que siendo joven tiene el pelo cano y esta calvo. Sin saber por qué le da la mano.
-¿Quién eres tú?- pregunta ella.
El la mira fijamente. Admira toda su belleza. Anne da un paso atrás, sabe que con su mirada se está introduciendo en el círculo de su intimidad.
- ¿Qué haces buena mujer en este lugar? Seguro que vienes desde muy lejos y el sufrimiento es algo que se agolpa a tu corazón. Quieres oír de mis labios su nombre. El nombre de un hombre desaparecido en el mar. Por ello vienes aquí. Yo se donde está él. Mírame. No me hables. Mira a través de mis ojos y lo sentirás. Te sentirás triste, cansada, sola pero también sentirás el alcance de su eco. Sonante en cada estremecer de su aroma que dibujan las estrellas. No te preocupes más mujer que su espíritu te aguarda. Allá, a lo lejos. Allá, en la proximidad. Donde tanto tú como él sois parte de uno mismo. Dame la mano y anda. Retorna a tu casa, a tu mundo.
Anne le da la mano. Se introducen en la profundidad de ese boscaje hasta una cueva. El anciano la invita a entrar. Se sienta en el suelo frío. Anne mira todo su alrededor. Las paredes están pintadas y bajo los efectos del relieve hay extraños dibujos. Hay hierbas colgadas con el olor a curación. El anciano enciende un pequeño fuego y ofrece a Anne una especie de infusión. Anne acepta. Se siente a gusto. Restablecida por el sorbo a sorbo de ese brebaje quiere elevar anclas de nuevo. El anciano asiente. Se va. En la orilla está la barca. Se sube a ella y es consumida de nuevo por un profundo sueño.
Antón como alma ardiente sumiso a la ida se arrepiente. Siente su cuerpo desnudo en el agua. La ama, la abraza. Disemina cada escena del pasado.” Que he hecho. No me lo explico. Por qué estoy aquí. Una borrasca se agarra a mí de manera desmesurada. He cometido un error. Un grave error. ¿Cómo pude hacerle tanto daño? Yo aquí ahora no siento nada y no soy nada. Ella en el mundo real es sufrimiento.¿Qué era lo que giraba en mi cabeza? No lo entiendo. Tal vez, debí pedir ayuda. Pero uno a veces se vuelve tan ciego, tan sordo. Inacabado es mi andar por está tierra. Ahora en está esfera plomizas no descansaré hasta el último beso. Voy al encuentro de ella. Voy como desaparecido iluminado por las sendas del remordimiento. ¡Tanto dolor hay en ella…¡ Sola, con las olas rememorándole cada despertar en que mis labios acariciaban sus párpados. ¡Anne! ¡Anne! No me dejas ir más allá de este mundo, no me dejas descansar en ese jardín de los cuerpos desaparecidos bajo las profundidades del océano.
Llega a la orilla. Despierta y otra vez con la luna y las estrellas tiritando en haces luminosos se dirige a su casa. Deja la barca. En su paso del nocturno se pregunta si todo es un sueño agradable. Pero no, el sabor de esa infusión, el anciano hombre. Todo surca alrededor de ella como real. Aun así, se encuentra cansada. No enciende las luces de su hogar cuando entra, una especie de atmósfera agradable la invade. La luna es suficiente luz para sus pasos pero aún así enciende una vela y se queda mirando la danza de su llama a la sombra de ella. De repente una paz es flor que acaricia su frente. Sobre la mesa de noche pone la vela y se acuesta en su cama.
¡La noche¡ ¡La noche¡ Rincón donde los enamorados se encuentran para ser besos alados de densas arboledas. Anne siente algo, siente como la sábana blanca con la que está tapada se desliza hacía abajo dejando su cuerpo desnudo con el tintineo de la brisa. Media dormida intenta cogerla pero no puede, hay alguna fuerza mayor que la lleva, que se lleva la sábana hasta el suelo. Al principio cree que está soñando pero no, es real. Algo oscuro que hace temblar la vela con su silbido hay en la habitación. Se alza sin temor con el temblor de una brisa que recorre sus venas pero en ese instante su cuarto es encendido por una calidez que la imanta aunque la ventana cara a la luna este abierta.
- ¿Qué es esto? ¿Qué ocurre aquí? Siento como si estuviera vestida en pleno invierno. ¿Quién está ahí? No comprendo. ¿Quién? ¿Quién? Acaso eres tú…Ese el que las mareas lo arranco de mis brazos pero no de mi corazón, de mi corazón…
Una luz traslúcida se hace en la habitación con forma de cuerpo humano. Levanta la mano y se la tiende a Anne. Anne se extraña pero hay algo en su interior que le dice cógela.
-Si, soy yo amada mía. He vuelto porque los negros nubarrones de tus ojos me siguen buscando y mi alma se impregna de pesadumbre. Si, soy yo amada mía. He vuelto porque la desdicha te impulsa por sendas de pánico ante la soledad que te he dado tras mi ida. Si, soy yo amada mía. Del pasado solo quedan los recuerdos, esos recuerdos que tú enhebras para transitar en el hoy. Si, soy yo amada mía. Ese el que fuertemente te abrazaba cuando el frío apretaba. Aquí estoy. He regresado para enseñarte amar otra vez. ¡Amar otra vez…¡ Por qué no.
- Por qué no, me dices. No necesito que me enseñes a amar. Yo te quiero a ti. ¡A ti¡ y a nadie más. Si ese es el motivo de tu visita, vete. Me quedaré aquí. ¡Aquí¡ Consumiendo mis días en el rememorar de tu ser, de tu amor.
-Giras y giras dentro de una especie de esfera de la cual no quieres salir y todo se ha acabado vida mía. Todo se ha acabado. Error mío. Pero hay que seguir esa ruta por la cual construirás tu destino.
-¿De que ruta hablas?- lagrimas que caen por el rostro de Anne. Desesperación que la induce al grito y querer abrazar ese alma volátil- No hay camino si yo no quiero. Te quería a ti. Ahora tú hablas de otra vida.
- Si, querida Anne. Otra vida. Otro amor. Sin mi, sin mi…Arrójame por favor a esas hogueras del olvido.
-¡Nunca¡ ¡Nunca¡
Anne se arrodilla al comprobar que no puede abrazarlo. La luz de él se hace más intensa y la atrapa.
- Amor, no eres invisible en mis pensamientos. Del tiempo brotan hogueras invernales donde tu reflejo difuso aparece como recuerdo de años y años. Amor, no vienes a danzar con los poemas que el viento lleva, que el viento trae sobre una mesa a la luz de una vela que se va acabando a medida que tu sonrisa es sombra que te toca, que te caricia. Verjas minan mis manos cuando entre sueños intento hallarte, muros que combaten con el sombrío canto aves carroñeras a la espera de mi olvido. Amor, por viejos oleajes me arrimo y hablo de ti y ellas guardan ese silencio rodeado de estrellas marinas y algas. No se como disimular, emplumarme de una máscara que domine el amor que por ti siento y así dejar de hablar a estas paredes blancas. Amor, naufragio de lirios, esos que acostumbro comprarte cuando me aproximo a ti. Aquí están boca abajo en su danza invisible de la sequedad elevándose cuanto te rememoro en ese jardín abisal de mi corazón, de mi corazón. Amor, mágico tacto que ilumina mis sueños llevándome a ti. No te vayas. Te espero.
- Adiós querida, amiga mía. Algún día nos volveremos a encontrar.
Fin
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