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sábado, noviembre 27, 2010
LA AURORA (RELATO)
Es temprano. La aurora bosteza sus primeros rayos y el otoño deja caer hojas sobre las aceras, sobre los parques. Una leve brisa que penetra por una pequeña obertura bajo su techo lo hace despertarse. Paulatinamente se despereza del gran sueño de la noche. Busca el despertador y marca las 7:30. Poco le queda para comenzar la jornada laboral. Pero antes quiere sentir el aire que se arrima a su habitación, ese aire perfumado de humedad y hojarasca que le transmite recuerdos de un ayer. Aspira y espira, un suspiro lento va seguido de un lamento de sus entrañas. Se encuentra vagando en el sentido de su vida. No le molesta ir a su trabajo, es una labor grata. Al menos en esas horas de tareas, siempre las mismas, se olvida. Se olvida de si mismo chamuscando todo su ayer, todo su hoy. Pero esos instantes anteriores a la hora pactada para salir de su casa sus pensamientos discurren, manan como si de una erupción volcánica se tratase y sus lianas de fuegos lo atrapasen y le hicieran pasar por un laberinto a un patíbulo que el mismo se condena. ¿^Por que no habré vivido cara al sol?, se pregunta. Siempre enquistado en el sueño. En el sueño de tener un amor verdadero. Me imagino lo que podría ser pero cuando tropiezo con la realidad doy marcha atrás, se dice. El comprende que su orientación hacia su mismo sexo lo ha llevado a la soledad, a esa espuma relevante grisácea que rota por desiertos. Tal vez, culpa de cómo fue educado. Tal vez, culpa de ese miedo que crece cuando nos acercamos a nuestra verdad. Ahora, con los años de la madurez, con los años correteando con el frío del silencio de los abrazos se siente cobarde. Ante todo intenta disimular todo lo que su personalidad aguarda para su libre danza. Se siente talado, tantos años…No tiene ganas de renacer de nuevo y hallar aquello que busca, tan larga a sido la espera…Se entremezcla entre la música y la lectura y el nadar. Ahí se alza en una paz que me perturba su condición de homosexual. Ante la infértil del crepúsculo sin unos labios que le acaricien a veces se desilusiona, una nube de tristeza lo sumerge en los confines del aislamiento. Basta ya, se dice, de ser máscara ante sus amigos. Se siente extraño en esas situaciones, se harta hasta llega a un aburrimiento que lo lleva por la mano de la desgana de hablar. Para disimular todo ese mundo interior intenta sobresalir en otras materias ante su familia y está exhausto. Antes de partir el lamento lo disecciona cae en fragmentos sensibles que rompen en mil pedazos. ¿Quién me amará?, se pregunta. Mi ser se ha vuelto algo tosco y árido de tanto y tanto disfrazarlo. Piensa que es mejor estar dentro de un armario y dejar que la vida fluya hasta que ese ser aparezca.
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