viernes, septiembre 17, 2010

SOBREVIVIENTE...(RELATO)

Era sobreviviente de uno de esos nocturnos balanceados por el campo irrisorio de las constelaciones. Cuando despertó, cuando sus párpados palpitaban en los primeros influjos del sol sus ojos husmearon todo su derredor. Paredes blancas, muebles blancos, cortinas blancas. Le daba la impresión de hallarse en su propia tumba. Le daba la impresión que un gran fragmento de ella se había extinguido en el paso de las noches. Quiso levantarse, elevarse de esa cama sudorosa y asomarse a la ventana para contemplar los primeros luceros del al alba. Quiso abrazarse a si misma para comprobar de que aún era existencia, de que su respiración lenta aún era parte de ella. Quiso acariciarse sus senos, su vientre, su muslo para ver que su piel no era hielo. Quiso borrarse de esa habitación de atmósfera extraña. No pudo. Las sábanas estaban pegadas a su cuerpo como si fuera piel de ella. Se horrorizó. Una congoja grave la visitaba y se acentuaba más con el paso de las horas. ¡Las horas¡ Interminables. Horas que resonaban como años. Se deshizo entonces en sus pensamientos y de este cavilar sibilino alargo un puente sinuoso hasta su alma. Y, allí, en lo más turbio de los rincones la hallo. Estaba ausente, perdida, girando sobre si misma. Su alma también era blanca. Un alma en el regazo de espinos. Se sentía morir. Era estado examine imposible salvar. La muerte la rondaba, le daba sombra. Comprobó que se hallaba frente un paisaje cenizo de sus singladuras por la vida. Ahogada en el la luz de la existencia era la nada, la nada…. Quería entonces conciliarse con su alma. Ser amigas, ir juntas de la mano a ese nuevo mundo donde tierra y cemento la transformaría en polvo que vuela por el universo. Deseaba con sus últimas fuerzas darle color, darle viveza. Esa viveza que se había ahogado e inundado de flaquezas a lo largo de los años. Pero no. Su alma ya no escuchaba, ya no le llegaba los latidos pálidos de su corazón. Su antiguo esplendor era ahora mohíno sobre una vaguada de sueños putrefactos. Una y otra vez intentó reanimarla, darle una tonada de esperanza para que jugara con el nuevo alba. “Todo será distinto”, le decía. “ A partir de hoy verás que todo saldrá bien querida amiga mía”. El alma ante sus palabras serenas y llenas de una vitalidad casi extinguida ni se inmutaba, era blanca. Era un círculo glacial impenetrable, inexplotable. Sorda a todo impulso que tomaba ella para sobrevivir a una nueva jornada.

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