Avanzaba bajo las inclemencias de una tempestad invernal. Copos albinos no arreciaban a su paso aventurado por esas carreteras serpenteantes de la cumbre. Una cumbre amistosa y enamorada con el palpitar vil de la naturaleza. Avanzaba con un rumbo incierto, buscando un lugar adecuado para el refugio ante la pesada tormenta. Ya se había olvidado de usa sus piquetas para escalar una montaña helada que se encontraba en ese grandioso y espectacular lugar. ¿Para que? ¿ Por qué quería trepar? Se preguntaba. Será porque ansiaba reconocer su voluntad, satisfacer una verdad. La verdad de que sus fuerzas son aún pasto de la esperanza en los sueños que se iban manejando en cada crepúsculo. ¡Pero no¡ aunque tal estado existiera en la fe que lo atrapaba la climatología del lugar en ese día eran obstáculo insalvable, imposible de derribar. Anda en busca del refugio, una cabaña bien conocida donde todos los montañeros y senderistas tenían cabida cuando necesitaban del descanso.
A veces debido al comienzo perturbador del agotamiento caminaba sin ritmo. Caía sobre el manto blando pero de nuevo se alzaba, sus fuerzas eran animadas por su espíritu incansable. Se levantaba y le daba la sensación que pasaba por la misma zona una y otra vez, que daba círculos. Se quedaba de pie desorientado, con sus ojos extasiados, recordando. Recordando donde podría estar ese techo que lo guardaría de morir congelado. Recordando lo a gusto que estaba en su casa en la orilla del mar. Allí el sol ronronea siempre, la calidez asciende por su cuerpo sintiéndose agazapado en una nube de ensueño. Pero, hoy, quería escalar. El último suspiro lo auxiliaba. Tras un tiempo zumbando en la indecisión albergó en sus ojos un punto de luz amarilla que se mezclaba con las minúsculas borlas blancas que caían de ese cielo virgen. Se apresuró, su celeridad tomo relevo al cansancio que lo impregnaba en el presagio de la muerte. Con zancadas verticales se dirigió a ese foco luminoso y estático. Ello, le suministraba oxigeno para el renacer de su vigor, era flor que sonríe al alba. Al llegar ante aquella masa de madera y con la ilusión impregnando sus pensamiento por el atemperar que sentiría cuando estuviera dentro antes de de palpar sus palmas en la puerta miró por uno de sus pequeñas ventanas para hacerse una idea de cómo se hallaba el ambiente. “¡Muy bien¡”, se dijo para sus adentros. “ Hoy no hay mucha gente así podré reposar en tranquilidad hasta que esta tormenta se disipe. Aunque es extraño. Con este tiempo…Y no hay nadie”. Ante la extrañeza de no ver a nadie y al mismo tiempo la chimenea extinguida se erigió a la puerta. Suavemente sus puños se cerraron y tocaron aquella puerta. ¡Nada¡ Nadie le abría. Nadie respondía a la presencia de sus nudos helados sobre aquella añeja madera. Solo, el susurro del viento era compañero y saludo a su viaje por aquel vergel blanquecino de la tierra. Lo intentó de nuevo. ¡Nada¡ La insonoridad que traslucía aquel cobijo le arrebató toda serenidad. Solo la nevada terrible e implacable y él como parte de ese paisaje. Otra vez sus manos fueron bruces de aquella puerta, tal fue su golpe que se abrió. Sorprendido ante el frío asesino del exterior y la ausencia de algún ser semejante a él en el interior le rondó la duda. Inspeccionó con sus ojos cansados y extasiados todo. ¡No había nadie¡ Solamente una pequeña chimenea con un hilo de humo daba signo de vida. “¡Qué extraño¡”, se comentó así mismo frunciendo su arrugada frente. La desolación que presentaba la tiranía del tiempo lo invitó a entrar. Cerró la puerta, sus pisadas sentían la paz que concurría en su interior: un crujir satinado del calor que aun gravitaba en sus paredes, en su suelo. Por un momento miró la ventana observando como la lluvia albina continuaba y continuaba. Tras unos instantes mirando lo que había dejado atrás se dirigió a la chimenea. ¡Quería encenderla¡ Avivar esas llamas vigorosas para ser agazapado en la calidez. “Enciéndete hoguera mía. Haz de tu calor abrazo a mi cuerpo”. Cuando hubo conseguido prender aquella fogata cayó en una desorientación. No sabía que hacer. Sentía ganas de hablar con alguien pero ¿con quién? La nada ambulaba por aquel lugar como sonámbula acompañante de su llegada. Se sentó en una de las sillas de aquella choza. Somnoliento se embarcó en un mar dulce de sueños que lo alejaba de toda dureza con la se había topado. Al instante, ese instante cuando el sueño comienza abrigarte sintió algo. Notó sobre su hombro un peso. Algo se había posado sobre él como pajarillo que va de rama en rama cuando la aurora se ciñe al esplendor del astro rey. Algo plomizo como si una columna de hierro fría lo apisonara. El temor lo invadió sin saber cual era la razón de ello. No quería girarse y encontrarse con ese misterio que soportaba su mente. “¡Qué será¡ ¡Qué será¡” indagaba en su interior “¿Qué se habrá acostado sobre mi hombro con tal silencio súbito?”
Se hallaba algo desorientado por el agotamiento y el entumecimiento que ferozmente recorría sus extremidades, su espíritu. Pero el enigma lo quería afrontar, quería saber quien andaba detrás de él. Se giró y su faz endurecida por la atroz emboscada de aquel monte se paralizó al ver la sombra estática que se hallaba allí. Cara a cara con un ser anómalo. Su rostro se retorció en una palidez suprema, en una confusión dando alas a su sangre para que vertiginosa llegara a su cerebro y entrar en calor. No supo mediar palabras con la imagen presente, se congeló todo deseo de entablar conversación al chocar con algo fuera de lo normal. Sí, era un ser fuera de lo normal. Como especie de una figura de porcelana que tomaba dimensiones humanas. Su tez era blanca como el resplandor de la luna cuando cautiva a la tierra en los nocturnos. Sus ojos inertes, sin el brillo que todo ser posee cuando la vida lo ampara. Parecía un cadáver. Con un movimiento brusco intento desquitarse de él o de ella. ¿Cuál era su sexo? Solo deseaba que la mano de ese ser anormal se alejara de él. Lo empujó. Un empujón engendrado por el escalonar del miedo, del terror. “¡Apártate de mi¡ ¡Fuera de aquí¡ ¡¿Quién eres? “, gritó. Aquel ser raro ante su quejido estridente que él vociferaba se desmigajó, cayó al suelo en pedazos incontables.
Él no salía de su asombro ni de su pánico. Intentó dar unos pasos pero sus movimientos habían quedado invalidados ante aquel evento. “¡Dios santo¡ ¿Qué hago yo ahora? Esto no puede ser. ¡Estoy delirando o es real¡ Es como si muertos y desaparecidos de este lugar viniesen a mi. Pero no lo son. Mi alma candente en vida, en seguir fluyendo por los caminos que ofrece este mundo se tropieza ahora con algo fuera de lo normal. ¿A qué es debido?. Este ser inanimado que tan sólo con tocarlo se convierte en cenizas”, se preguntaba así mismo.
No sabía que hacer. Si largarse de la cabaña con el mal tiempo y donde seguro que perecería o quedarse ahí y tomarlo todo como un mal sueño. Pero no. ¡No¡ Noto que de una de las habitaciones que poseía esa choza y que daba la pequeña cocina se oían unos pasos. Unos pasos que venían hacia donde él se encontraba. Se quedó quieto ante la incertidumbre. “Quizás sea alguien de carne y hueso como yo. Borro todo lo de atrás porque solo fue un sueño. Sí, una especie de alucinación amasada por mi mente por el sufrimiento que he pasado”. Sus palabras lo enderezaron, consiguiendo de nuevo confianza en si mismo. Aunque la atmósfera que lo rodeaba era casi asfixiante movilizó sus piernas. Rezaba en su interior, concentrando su fe en alguien semejante a él pero en esos pasos que se aproximaban más y más emitían un sonido desconocido. Sudaba, temblaba. Una sombra comenzó a percibirse por el suelo de la cabaña, una sombra impregnada de oscuridad. Presentía la misma frialdad y la ausencia de calidez en lo que iba a desembarcar en el salón. ¡Otro cuerpo¡¡Otro rostro¡ Otro ser extraño se acercaba a él igual que antes pero había algo distinto. ¡Sus ojos¡ Sus ojos poseían vida. Una vida tragada y consumida por el lamento. Lloraba. Igual que antes la confusión lo atacó. No sabía reconocer si era hombre, si era mujer. Ello, ya, le era indiferente. Sólo ansiaba hallar el por qué ¿Por qué estos seres desviados de las corrientes llamativas de la vida venían a él?
Se encontraba en una cuerda floja. El aflorar de esas lágrimas, la pena que cuajaba…Intentó aproximarse lentamente, como si fuera acariciar una mariposa. Pero de nuevo aquel ser fue parte del suelo en infinitos pedazos que cayeron como purpurina. Se arrodilló e intentó rozar con sus yemas parte de aquellos fragmentos. Fragmentos que iban desapareciendo a medida que el rozaba su piel con ellos. A él acudió un intenso viento, viento que iba poco a poco pasando pasajes de su vida. ¡Su vida¡ ¿Qué había sido de ella? “ Mi vida…”, se dijo melancólico “….siempre al margen de un círculo brioso en el apogeo de la amistad. Siempre con esas lanzas envenenadas a las riendas que yo tomaba mi vida. Con mi ser como absurdo para el amor. El silencio rompe mis palabras. Parece que la tormenta es calma”. Empezaba a entender como había perdido sus años en la soledad, como sus palabras eran ininteligibles por aquellos que no amaban la libertad, el amor. Ahora entendía su forma de andar por el mundo. Debía de dar un giro. Huir de todo lo que hasta ahora era su vida. Se acordó de su diario. Se levantó del suelo y con paso firme con el oleaje de su memoria fue hasta el. Lo tomo en sus manos y leyó la primera página:
“ Grandes son las batallas del alma.
Tanto, como el deseo de volar
Por esos campos no tan lejanos
Donde tu voz canta.
Canta como aliada de la plateada
En su cara oculta.
Canta como arboleda enjaulada
Por los agrios grilletes de la polución.
Canta con el arte de tus alas
De ser verdad de las miradas
Que alba se esconde.
Canta como singladura transpirable
En el apogeo de la belleza, de la belleza…
Su voz se apagó como las estrellas en la bienvenida del alba, como los pinos que afuera le esperaban con la ida del viento. Comprendió que aquellos dos seres formaban parte de él. Reflejo de su alma. Una la aislada y la otra naufraga de su tristeza.
¡La puerta suena¡ Un barullo se escucha. Se levanta y ante sus ojos aparece el guarda de aquellos montes acompañado de unos muchachos. El, parece cansado pero es indiferente a la fatiga.
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