Cae la tarde con su habitual vestimenta otoñal. Con ella el follaje se halla más apegado al umbrío mecer de las ramas. En medio de la masa forestal hay un hombre que se entremezcla con la hojarasca, que se entremezcla con el ritual de la brisa fresca del bosque.¡ Un hombre¡ Sin cesar cava y cava la tierra húmeda. Acaso, ¿es que busca algo? No. No está en sus pensamientos que rumian y rumian sus entrañas encontrar alguna cosa. Desea plantar algo. Desea el nacimiento de una nueva vida, un nuevo círculo que lo enrosque al ritmo de los días.
Su ayer ha estado forjado por una sombra penosa que en ese bosque se tiñe de una renovada plenitud. El amor y la amistad fue desierto por las sendas que transcurría. Ahora desea ser parte de la tierra, emanar con el verdor que anuncia las arboledas cuando el sol es cumbre, ser raíz que profundiza en el girar y girar de los sentimientos. Él mismo será el árbol que ahí se plante. Desea verse rodeado de cada uno de sus sueños perdidos para que después el viento los arrastre con celeridad a un mundo lejano. Quiere ser parte del oleaje de la naturaleza, que por su cuerpo emane el manantial de la vida, que las aves se posen en sus brazos como un canto al amor y la esperanza. Sentirse así agazapado por la música de las ramas anuncio de los cuerpos que se aman con el refulgido crujir de la luna.
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