Vuélvete, sí, hacia mi.
Seamos esa frontera invisible
Donde nuestras manos pasan y pasan
En la caricia sublime.
Seamos árbol que en su canción de amor
Permite cambiar el destino de la extinción
De nuestros labios en una llamada
A la atmósfera que luego nos acogerá.
No reservemos más el abrazo
Para ese horizonte que no nos respira
Y aunque no pare de llover cenizas
Por nuestra pasión que el coraje
Nos emborrache en una fuga
Por cumbres nevadas de magarzas.
Vuélvete, sí, hacia mi.
El desierto impera con su profundo pesar,
Con su lamento mirándonos fijamente,
Con su constante ventolera de mares marchitos
Al son de los aromas de los caídos en la distancia,
Inyectándonos no se que sombra de borrascas
Que nos inducirá a la muerte del deseo,
A la languidez de la esperanza,
A la ruptura de la libertad en su alianza con los sueños.
Seamos esa frontera invisible
Donde nuestras manos pasan y pasan
En la caricia sublime.
Seamos árbol que en su canción de amor
Permite cambiar el destino de la extinción
De nuestros labios en una llamada
A la atmósfera que luego nos acogerá.
No reservemos más el abrazo
Para ese horizonte que no nos respira
Y aunque no pare de llover cenizas
Por nuestra pasión que el coraje
Nos emborrache en una fuga
Por cumbres nevadas de magarzas.
Vuélvete, sí, hacia mi.
El desierto impera con su profundo pesar,
Con su lamento mirándonos fijamente,
Con su constante ventolera de mares marchitos
Al son de los aromas de los caídos en la distancia,
Inyectándonos no se que sombra de borrascas
Que nos inducirá a la muerte del deseo,
A la languidez de la esperanza,
A la ruptura de la libertad en su alianza con los sueños.
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