Las nubes muerden su vientre que a la deriva la mira y la mira en el engendrar de una noche que en su extensión la sacude con el amor. Su cuerpo desnudo como camino de la perfección ante la observación nítida de ella. El sudor del verano las llama con la alegría y la calma que aporta una sobre otra, otra sobre una en el surcar de sus sueños. No desean despertarse de esa maravilla que sus caricias transcurren de manera sutil en un círculo de intimidad. La paz es velada por el beso, el beso es velado por la paz. Pero hay que levantar, hay que elevar anclas y seguir con la rutina de cada jornada marcada por el paso de las horas hasta que la sabiduría de sus deseos se vuelva a encontrar. Por el angosto sendero del olvido abren sus párpados, mareas que en el espacio presente las hace cómplices de sus secretos. Sus pasos ahora serán aves con distintos destinos pero un pensamiento en común, ese pensamiento que sopla en otra dimensión donde nada tiene cabida. Solo ellas. Cae la lluvia con veracidad, las calles empapadas dicta el recorrido que tomará cada una. Sus pasos ahora serán rocas que no desenmascarará el ciego amor que las ampara. Solo ellas. Solo una despedida hasta que el ocaso sea principio de unos labios que se unen en el terso y sensual vaivén de las olas.
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