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jueves, febrero 26, 2009
La huída
-Tocas con prisa. El retumbar de mi puerta es eco de las profundidades de tu huída.
-Si, María. Mi ser se consume en una lluvia negra. Me siento desvalida, decaída, cansada.
-Por qué mujer, que es lo que te arrastra a las tinieblas insomnes de la balada eclipsada.
-Me arrastra la mano atroz que surca por mi cuerpo, por mis sentimientos.
-Anda siéntate y pasa aquí la noche.
-Gracias María.
María se sienta en la cocina y frente a ella Inés. En el centro de la mesa un jarrón con bellas flores, un jarrón que da todo su aliento a esa mujer ennegrecida por la maldita mano y voz grosera.
-Quieres un café o mejor una tila.
-No, no quiero nada María. Solo deseo caminar de nuevo. Caminar por la diversidad de este pequeño mundo con valentía. Pero, no puedo. ¡No puedo¡ Me hecho tan cobarde. Es como un círculo vicioso. Siempre dentro de casa con mis labores. Siempre bajo ese techo que es lecho de una serpiente venenosa que me empuja, que me empuja por un precipicio de soledad y silencio. Solo sus gritos. Solo su puño.
La noche convoca a una niebla que se introduce por cada uno de los poros de ellas. La noche convoca palabras en que las llamas de una vida y el arco iris de otra se entremezclan para dar una misma mujer. María e Inés se abrazan, el calor de una y el manar de una luz glacial de la otra las transforman en una misma ave. Unidas e influenciadas por una ciudad oscura recorrerán aceras hasta que un añejo árbol cascado por la polución las llame. Allí, en una de sus ramas posarán. Verán pasar el tiempo, el tiempo perdido, el tiempo que en su recogimiento será cuenco de estrellas donde beberán del mañana.
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