Las nubes pasan rápidas, parece un lienzo de cascadas pero en horizontal. Desde su ventana se observa el follaje oscuro de un monte lejano y cerca de ella el murmullo ensordecedor de la ciudad. Una ciudad que llama a la luna, una luna amarilla por la polución. La bóveda plúmbica a veces la deja aparecer y ella con toda su corpulencia da luz aquellos lugares más recónditos. Ella, Anne, se halla en su habitación. Como de costumbre. Los gritos han acabado con ella, esos aullidos infelices que son hacha a la esperanza de los demás. Anne lee. Lee y lee todo lo que pueda leer, todas esas palabras que no más que son un juego del autor con su lector.
Anne es delgada, es un tallo donde los pétalos ya están marchitos y el olor se ha esfumado de la ilusión. Con sus apenas 18 años ya sabe todo lo que hay que saber de la vida. Sabe de los susurros del viento, del abrigo del sol, de las lágrimas de un día nublado, de los juegos de la nieve, de la hojarasca que viste la calle cuando ella pasea. Los estudios le van bien, quiere lo antes posible liberarse de su hogar, de la tormenta que discurre por el zurrándole a ella. Anne, que deliciosa es. Siempre es amable con cualquiera excepto con aquellos que quieren hacerle daño. Pone una cara por delante y otra por detrás. Como todo el mundo. Si, somos un poco falsos. Cara a esta sociedad y este mudo hay que serlo a veces sino latigazos rasgarán tus mejillas. Anne sigue leyendo en su cama hasta que el sueño acuda. Ella a veces desea que el sueño la emborrache de tal manera para caer inconsciente y soñar y soñar. Pero, ello, no ocurre todos los días. Hay noches donde el sueño huye de ella como la lluvia del viento y, otras, viene a ella como abeja a su panel. Hoy sin saber porqué no puede dormirse, por su mente pasan miles de imágenes rápidamente, todo su pasado se casa con su presente y hace en ella erupcionar un malestar. Anne sigue leyendo, un libro de no se que. Poco a poco siente algo extraño, como un cosquilleo que va desde sus pies hasta su cabeza. Un cosquilleo dulce. Pasa de sus pantorrillas a sus rodillas huesudas y de ahí sigue por sus blancos muslos hasta su vientre. En su vientre se agudiza para pasar por sus pechos avanzando hasta su cuello y cabeza. A ella eso le encanta. De pronto sobre su cuerpo comienza a ver una serie de sombras. Para su sorpresa la sombra eran palabras, palabras que animaban a su espíritu a levantarse, a respirar ¡Como correteaban las palabras por su cuerpo ¡ A ella eso no le produjo temor sino una gracia infinita. Las palabras poco a poco se fueron bajando de su cuerpo. Y, en el suelo, hicieron como una especie de círculo invitándola a ella a situarse en el centro. Ella así lo interpretó y cuando ella estuvo en el centro de ellas una piroctenia de color estalló. Ella estaba sorprendida, casi era incrédula a lo que le estaba sucediendo. Las palabras la invitaban a que ella formara parte de una de ellas, parte de un libro donde el final fuera la esperanza y la paz.
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