Nuestros cuerpos se anudan. Nuestros cuerpos se ensombrecen. Nuestros cuerpos son un adagio con el minucioso viaje de nuestras manos al compás de un poema de amor. ¡Amada mía¡, el túnel que nos adentramos llama al oleaje de tus labios sobre mi vientre, sobre mi cuello. Entre murallas de nubes inanimadas damos el beso del secreto, el beso que es epicentro del rumor de las aves ¡Amada mía¡, rotamos una sobra la otra frente un monte donde el rastro de nuestra fragancia es conjunción de lavandas ¡Amada mía¡, hoy has despertado serena, con el roce inexorable de tu piel con mi piel. El vasto camino nos hace de este instante un amor eterno, un amor pincelado por la llamada de un otoño que ya llega, que ya se adentra en nuestras entrañas. Nuestros cuerpos, espuma que se adentra y retrocede, bocanada de tormentas delicadas bajo un viejo árbol ¡Me amas¡ Ya se bien que tu amor es refulgente tonada del olvido. El olvido del ayer ¡Me amas¡, retornamos a nuestro mundo esférico impenetrable por la sequedad del viento, excavando ese olor perdurable de nuestros ojos, de nuestra alegría.
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