GREGOT
CUENTO
Él, digamos, que era un niño ejemplar. Digamos, que era de esos niños pertenecientes a una sociedad que la agudeza mental maduraba antes de tiempo. Sí, madurar, aunque su cuerpo y sus ojos señalen un estado de niñez latente. El, se llamaba Gregot.
Gregot contaba con solo 10 años, 10 años en los que arrastraba un sin fin de vivencias. En el sitio en que vivía la edad no se miraba, eran ciegos a la niñez, al crecimiento como un niño verdadero. Donde residía era una extensa colina donde se hacinaban innumerables minúsculas casas. Tan pequeñas eran, que sólo conformaban una sola habitación donde convivían: 5 personas que podían ser hermanos y su perro; cinco personas que podían ser primos; cinco personas que podían ser la familia al completo; más de cinco personas que podían ser primos , abuelos , hermanos , padres y madres. Sólo hay que imaginar una chabola saturada de personas, con el sudor como aroma predominante, con la intimidad fuera de lugar, con la alegría para todos los rostros, con el llanto, porque no, corriendo a la misma vez por todos ellos. Era algo unificado, como si se tratase de una sola persona.
Gregot como todos los niños de su edad y criado en ese ambiente tenía que trabajar. Normal en un hogar donde su madre era atacada por los nervios y el padre no más que un borracho. Aunque el sueldo de Gregot era miserable él iba a trabajar con un gran orgullo: vender pañuelos cuando el semáforo estaba en rojo, limpiar zapatos en algún parque donde la asiduidad de las personas era abundante, ir de jornalero en esas tierras que los capataces necesitase mano de obra barata para el proliferar de sus cultivos. Lo cierto es que al terminar el día Gregot terminaba extasiado, con el blanco de sus ojos con rayones rojos, con su tez algo pálida sin ganas de decir palabra. A veces, mucha de las veces, se hallaba mortificado: el ambiente de su casa donde todo era desorden y gritos; el ambiente de su calle; el no poder hacer como otros chicos de su edad. Esos chicos que vivían alejados de la miseria, en sitios por donde sus aceras daban gusto pasear sin ningún hedor en el aire, donde las cortezas de sus casas como su interior gozaba de limpieza, orden, espacio y comodidades.
Gregot estaba afligido por esos hechos que rodeaban su vida, y más afligido se sentía porque los de su clase eran tratado como parásitos; como seres cuyo proyecto en la vida sólo era un mundo de oscuridades y necesidades. Esto lo llevaba en fijarse detenidamente en sus amigos, todos ellos enganchados a las drogas y al alcohol, todos ciegos por no tener otra opción en la vida, casi inválidos ya para adquirir un futuro próspero. La mayoría, seguro, que terminaría en la cárcel o durmiendo sobre un cartón y periódicos en la gran ciudad. Pero, Gregot no, fue de esos pocos que ante las condiciones en que vivía quería alejarse de ese mundo feo, aniquilante para la niñez. El, su mente, la había desviado del espacio que rodeaba y así pensaba: “Más halla existe la naturaleza, tan sola y tan hermosa; más allá existen otros niños, quizás, no tan solos pero con sus caminos han tenido más fortuna para no ahogarse como mis amigos en ese vacío eterno de la mendicidad sin que nadie los ampare. Yo como persona soy igual que los demás: los mismos brazos, las mismas piernas. Quizás, mi condición social sea mi cruz, pero yo esa mancha que recae sobre nosotros, sobre mi, podría aliviarla y porque no borrarla. Pienso que todo es cuestión de tiempo, un tiempo que no se ha de temer por lo duro que sea. Sólo hay que tener paciencia.”
Gregot, pensaba así, tan maduro, pero bien sabía que todo lo que pretendía era muy difícil ¿Y quien le había fomentado esas ideas ? Nada más y nada menos que su abuelo. A él ya no lo recordaba bien, hacía unos años, cuando sólo contaba con siete años, que se había ido. Se había esfumado porque quería evadirse de ese clima en el que vivía, con la excusa de querer empezar una nueva vida. El constantemente repetía: “Fuera de aquí hay un mundo mejor, un mundo lleno de oportunidades. La droga y el alcohol no te conduce a nada .” Gregot a cada día que pasaba recordaba esas palabras de su abuelo, cada vez que veía a sus amigos caer en un profundo letargo, sin ninguna aspiración, sin un salvavidas, como si fueran muertos en vida.
Un día de esos, cuando la humedad del otoño se introduce en los huesos, cuando el alba aun simpatizaba con las últimas estrellas del universo Gregot se levantó, cogió una mochila e introdujo en ella leves recuerdos: la foto de sus padres y la de su abuelo. Entonces, partió, sin pensamiento de volver más a ese lugar que lo llenaba de tanta apatía. No sabía a donde iba ni con que se encontraría pero no le importaba. “ Que más da “ pensaba él, su razonamiento estaba dirigido que de bien seguro algo mejor que su presente y su pasado hallaría. Como no, sentía un poco de miedo. Sí, temor. Sabía que su ida enfurecería a sus padres pues él era la base de su economía. Pero, al mismo tiempo, se afirmaba: “ Tengo que sobrevivir , esta vida me está acelerando la vejez y acabando con mi sonrisa. Además, ellos , me desprecian. Nunca me han ofrecido cariño. Sólo quieren lo que yo gano diariamente. Como decía mi abuelo: parecemos esclavos “. Y con ese firme pensamiento se fue. Descendió esa colina donde vivía y a medida que se iba alejando le encontraba una similitud con los panales de abejas. Se adentro en la ciudad, las calles aun andaban oscuras y desérticas como no queriendo despertar de un largo sueño, sólo, algunos automóviles expulsaba destellos con sus luces, sólo, las farolas parecían que tenían vida. Por ella vago horas y horas sin saber al principio donde dirigirse. La única pregunta que se reiteraba en su mente era “¿Dónde está mi abuelo ¿” El, no dejo señal alguna a donde se había ido ¿Dónde podía encontrarlo?
Gregot se sentía como perdido, sabía que hallar a su abuelo era una misión complicada, sabía que conseguir una vida más aceptable era muy duro y, más, en una ciudad donde todos parecían indiferentes a los otros.
Lo primero que se pregunto fue “ ¿Qué sabía hacer ¿” Su respuesta interior fue nada, no sabía hacer nada. Pero según recordaba de su abuelo todos estamos predispuestos en aprender algo. Si, eso es lo quería, aprender algo nuevo. Aprender cualquier cosa que le fuera de utilidad para alcanzar sus propósitos. Ni más ni menos que una vida mejor.
Los primeros días fueron terribles, vago sin rumbo, sin hallar nada, guareciéndose en algún sitio para que la humedad de la noche no le dañara. Se veía igual que sus compañeros, aquellos donde el vivió. Al final, tras mucho pensarlo, se centro en un mercado. Sabía que la gente como el tenía fama de ladronzuelos, pero él, fue valiente y se introdujo en el en esas horas donde la noche se deja aún entrever, cuando los que allí se afanan en trabajar están descargando para dejar bien bonito cada uno de los puestos para cuando se abriera. Iba con un poco de miedo, sobre todo por su indumentaria ¿Como lo tratarían? Al principio pensó pedir algo de comida: alguna fruta, algo de pan o cualquier otra cosa porque el hambre ya estaba haciendo añicos su estómago. Desde que salió de su casa no había comido nada. Luego lo pensó mejor, opto por pedir trabajo, de cualquier cosa con tal de no hacer la mendicidad. Le costo muchísimo por lo pequeño que era y la niñez e inocencia que representaba su rostro. Muchos de los vendedores sabían que allí con asiduidad pasaba la policía y, entonces, ¿que pasaría si veían a un menor trabajando?, lo más seguro que una multa y una bronca además de la mala fama .
De todos los puestos que habían sólo uno lo acepto; uno de carga y descarga donde nadie pudiera verlo. Era asombroso, como una persona tan pequeña tenía tanta fuerza. El sueldo que ganaba se lo gastaba en comida, no le daba para más, durmiendo siempre bajo el mismo techo: la luna. Pero se fue endureciendo cada día más y más. El bien sabía que se aprovechaban de él, por nada más ser lo que era, uno de esos niños nacidos entre escombros. Sabían que el no abría la boca, que no les provocaría un problema. Pero llego ese día donde el agotamiento y el hastío lo cercó, no avanzaba. Abandono el trabajo con una idea fija en su mente, esa que tenía posada cuando se marcho de su casa: buscar a su abuelo ¿Dónde estaría? , se preguntaba otra vez. Sabía que a él le gustaba la naturaleza, sentirse parte de ella como sus antepasados, pero, la selva era tan inmensa. Entonces, con la misma mochila y con los mismos objetos que se había llevado de su casa se fue despidiendo de la ciudad sin ningún presentimiento maligno de lo que pudiera ocurrirle, sin ninguna pena pues sólo le había dado sudor, sufrimiento y trabajo. Se dirigió hacia las afueras, donde las últimas casas se mezclan con el bosque y, de allí, más adentro, donde la selva hierve de majestuosidad.
Al principio no sabía como caminar, por donde seguir ¿Qué ruta escoger?, se preguntaba. Sin más dilación cogió el único camino que había. Un camino de piedras y tierra moldeado por el paso itinerante del hombre. Un camino donde en sus flancos se levantaba murallas de naturaleza viva. Decidido, se decía a si mismo, que caminaría hasta su termino y sólo pararía cuando los nocturnos no estuvieran capturados bajo el flujo luminoso de la luna. Tras largas horas de andar, aquello le pareció muy monótono: siempre el mismo paisaje aunque esa vegetación desprendía frescor y un aroma especial, como si se estuviera purificando. A veces la humedad lo exasperaba y más cuando una bandada de mosquitos lo azotaban sin escrúpulos. Sin embargo, el seguía. No sentía miedo, su corazón y su esperanza estaban en contacto mutuo con una sensación de energía positiva. No sólo eso, ahora estaba embarcado en la libertad, no tenía que hacer un esfuerzo superior a sus límites, no había nadie con la mirada insensible y neutral dándole órdenes.
La única idea que le asaltaba, que le mortificaba, era no saber donde se hallaba su abuelo. Sabía que él no le maltrataría, sólo, le hablaría con calidez y ternura. Sí, hablar. Hablar de las curiosidades del mundo, de la vida, de los seres humanos de una manera consciente y respetuosa sin forjar un grito en el aire.
A medida que caminaba, un caminar lento para no acabar con sus fuerzas y llegar a la meta que se había propuesto Gregot llegaba a sentirse desorientado y más cuando al lado algún que otro todoterreno o camión pasaba sin pararse a sus señales. Lo salpicaban de barro o con los charcos existentes en el sendero. Ello lo desconcertaba, le hacia caer en un pesimismo que rápidamente era machacado por el sabor de la naturaleza.
Pronto, sin casi darse el cuenta, sólo las sombras oscuras que iban coloreando el boscaje, vino la noche. Sentía cierto pavor por los ruidos extraños y extravagantes que de la selva se desprendía, pero, fue valentonándose. En ese apagón del día se desvió un poco del camino, buscando un buen lugar donde poder descansar. Sabía de depredadores en la zona como algún que otro tigre, por lo que opto subirse en un árbol. Un árbol que aunque estuviera incómodo se sintiera protegido. Le costo coger el sueño en esa primera noche. Acechaba todo lo que en su alrededor ocurría. A él le daba igual porque aunque estaba muy nervioso se hallaba ilusionado. De pronto, sintió cosquillas en su cara. No le dio mucha importancia, sin más pensando de que se trataba de una ramita le propinó un manotazo para que lo dejara en paz. Entonces, una voz como de dolor se escuchó.
- ¿Qué haces? ¿Por qué me pegas?
Gregot al oír esa voz se asusto un poco. ¿ De donde provenía?
-¿Quien anda ahí ?¿Donde estás?- dijo en voz alta
- Tonto. Estoy al lado tuyo. No ves que estaba acariciando tu mejilla - contestó la vocecilla
Gregot miró y miró todo su derredor, pero, no vio nada .
- No te veo ¿Donde estás?- Pregunto en un tono que al mismo tiempo era una pedida de perdón por el chillido que había dado.
- Estoy junto a ti. La ramita más pequeña que se encuentra donde tu estas acostado.
Gregot, ante esa repuesta, fue al principio algo incrédulo, no se lo podía creer ¡Una rama que hablara ¡
- Me engañas. Una rama no puede hablar. Vosotras sois cosas inanimadas. Vuestra vida no os lo permite.
- Y tú, te lo crees ¿ Por qué no podemos hablar? Hablamos entre nosotras, entre todo lo que conforma este bosque. Y tú , ahora, formas parte de el pequeñín.
-¿¡Yo formo parte de vosotros ¡?- contesto Gregot sorprendido.
- Si, Gregot.
-¿Como sabes mi nombre?
Gregot se sentía cada vez más y más extrañado.
- Lo sabemos todo. Y por tu perfil te pega mucho ese nombre -¿Por qué soy parte de vosotros?- dijo un poco asolado porque él no quería pasarse la vida allí. Iba buscando algo. Entonces empezó a imaginarse que se iba a transformar en un animal o en una planta por tener poder de hablar con aquella rama. Eso no lo quería.
-Si, es verdad- asintió la rama -No te apures Gregot . Perteneces a nosotros como algo que viene y se va, como el viento. Tu no vienes con esas manos de acero, ruido y humos devastando este lugar que habitamos ¿Acaso eres un tractor ¿ Sólo buscas o huyes de algo. Algo no muy lejano, aunque, todavía, se encuentre entre tus sueños. No te preocupes. Te lo explicaré mejor. No nos has maltratado. No tienes machetes en tus manos. No vienes con esas monstruosas excavadoras que arrasan con todo. No eres de esos que van talando todo lo que ve a su paso.
- Si, es verdad - asintió Gregot
- Dime Gregot, ¿qué haces aquí?
- Estoy buscando.
-¿Buscar? ¿Que deseas encontrar?
- A mi abuelo. A lo mejor tu lo has visto pasar por aquí.
-¿Pasar por aquí? Seguro y sobre todo si es igual que tu.
- Si . Es parecido a mí pero es más viejo. Es un anciano. Se fue de mi casa.
-¿Y cuando fue de eso Gregot?
- Pues hace unos años. Cuando yo contaba con cinco años.
-¡Qué barbaridad ¡ Cinco años. En cinco años han pasado muchos hombres. Gregot, lo siento pero no hago memoria de él. Te aconsejo que sigas caminando. Seguro que lo han tenido que ver y, quizás, hallan conversado con él .
-Y tú, ¿no podrías ayudar ¿
- Si y no. Yo no soy la más apropiada. Sólo me llegan rumores de lo que ocurre en este bosque. Como tú bien sabes los rumores no son de fiar. Pero se de quien te puede auxiliar, quien en su regazo por ser un muchacho pacífico y no maltratarnos te puede acoger.
-¿Quién? ¿Quien es?- pregunta Gregot desesperado.
- La luna Gregot. Para ello tendrás que aguardar cuando sea menguante. No necesitarás decirle nada porque ella observa a todo el mundo, sobretodo, a chicos como tu. Ahora, duerme tranquilo. Aquí no te pasará nada ¡No temas por los depredadores cuando mañana continúes tu camino ¡ Tu como chico noble de sentimientos nada te dañará.
Gregot lentamente se quedo dormido. Sus sueños se embarcaron por un mundo estelar donde la libertad y las aves eran apacibles encuentros con el océano y los montes. Un lugar donde las oportunidades sobrevolaban sobre aquellos que querían cambiar su vida . Cuando despertó, por un rayo de luz que incidía en sus párpados, se sentía más animado. Estaba sólo ¿Sería fantasía o realidad lo que ocurrió en el nocturno ¿ Se hallaba confundido. Si fue realidad era algo maravilloso, si fue un sueño también. Sin más descendió del árbol y de nuevo tomo el camino del día anterior.
Vagaba y vagaba sin decir palabra, ni el hambre le azotaba. Ahora, meticulosamente, se fijaba más en el paisaje que se iba rociando ante sus ojos. El correr de las nubes con sus figuras inanimadas que a veces formaban barcas de luz, la sombra de los árboles cuando el sol desplegaba sus rayos en distinta inclinación con el paso de las horas. No sabía cuanto había caminado pero a él le parecía mucho, le parecía un camino inacabable. Las horas pasaron y en este segundo día no avistó a nadie en su paso. Otra vez el ocaso que debido a la exuberante floresta no dejaba ver la caída del sol en el horizonte.
Se sentía abrigado ya que intuía que la selva, que la madre naturaleza, lo escuchaba, lo observaba. Todos pertenecemos a la misma tierra, todos somos polvo estelar y como tal regresamos a nuestra génesis. Como alas que le correteaban por su alma Gregot caminaba. Andar y andar hasta que ya el nocturno lo acogiera en su regazo ¡Y qué noche¡ La luna estaba radiante, con una plenitud de su cuerpo de luz que iluminaba todos sus pasos . Gregot dudaba. Dudaba si lo que le había ocurrido hasta ahora era fantasía o realidad. Miraba a la luna atentamente, concentrando su mente en una llamada de ella pero no conseguía respuesta. No quería dormir esa noche, se hallaba hipnotizado por el blancor que soplaba la luna. La miraba y la miraba procurando no perder esperanza alguna: alguna palabra, alguna seña que llevara a la ventura a su ser. Las horas pasaban y no se daba por vencido, caía en una desilusión como barco sin rumbo. De repente , la brisa comenzó a soplar más fuerte, tanto, que las ramas de los árboles y las hojas secas hacían una especie de música, una música que lo serenaba, que lo hacía andar y andar en la profundidad de la noche.
Y llego ese día, ese día cuándo la claridad es absorbida por la noche y la luna es menguante. Gregot la miraba. La miraba esperando una señal. Las horas pasaban y la brisa se hacía más tímida. Él no perdía todo sueño con querer hablar con la luna. Entonces se quedo como anonado cuando la luna le dio una especie de guiño ¿Cómo podía ser?, se preguntaba él, cosas que tomen rasgos humanos.
La luna le guiñaba, y de su redondez sobresalía una especie de brazo de luz que llego hasta su posición.
-Sube Gregot. Sube que tenemos que hablar.
Gregot, indeciso y, con precaución, acato su orden, una orden que era suave, una orden suculenta por la calidez de la voz de esa llamativa luna. Comenzó a subir por esa especie de pasarela hasta pisar la luna y ella le hablo de nuevo.
-Mira Gregot. Mira por ese telescopio que está ante ti.
Gregot dubitativo hizo lo que le dijo la luna. Comenzó a mirar por su lente.
-¿Qué ves Gregot?
-Calamidades , señora luna
-¡Sí¡ Desastres, pobrezas, abusos, guerras estúpidas en determinadas zonas del mundo o en la mayoría de los continentes.
-¿Qué opinas Gregot?
- Qué el ser humano es a veces cruel, inconsciente e incompresible.
- No todos somos crueles. Hay buenas personas que hacen lo posible por que esto acabe y hacen todo lo posible. Hay otras que quieren, pero no pueden. Pero, hay otras, que complican cosas. Qué no atiende a razonamientos elementales por que les han pinchado el cerebro viviendo bajo la ignorancia o tal vez, por que tienen pocos recursos. Algunos, mal repartidos o en manos impensables ¿Me entiendes Gregot?
- Si.
- Bueno Gregot. Ahora voy directo al grano. Ya se que buscas a tu abuelo. Ya se de ello. No te apures. Tu abuelo está bien. Dejemos las injusticias a un lado y vayamos aquellos que creen en el ser humano y que son seres humanos. Tomemos nuestras palabras entorno a los que creen en el ser humano. Por ejemplo, tu abuelo.
-¿Dónde está?
- Observa. Observa muy bien por el telescopio.
- Veo una especie de almacén y jóvenes como yo y también algo mayores a los alrededores ¡Si ¡ ¡Si¡ También veo a un anciano. Es mi abuelo ¡Mi abuelo¡
Gregot se estremecía, no se podría describir la enorme alegría que sentía. El y la luna se sonreían como si estuvieran haciéndose cosquillas.
-Si Gregot ¡Me satisface tanto verte feliz¡
- Pero, ¿qué hace ahí?
- Tu abuelo se dedica ayudar jóvenes como tú. A creado como una especie de colegio donde los chicos van a aprender. Después, se pueden ir si quieren. No sólo van a trabajar sino también toman las riendas de sus vidas.
Gregot se quedo como un poco triste al escuchar su explicación, se quedo como pensativo.
-Dime luna ¿Por qué no cuidó de mi ¿
-Ya sabía que ibas a pensar eso Gregot. No, no te pongas triste. A ti te tuvo que abandonar porque tus padres no le dejaron, ellos están perdidos, ciegos. Además, se fue sin nada, sólo, con unos viejos zapatos agujerados y una harapienta vestimenta para abrigarse algo del frío. Sufrió mucho, mucho hasta conseguir sus objetivos. El seguro que piensa con una gran lástima en ti ¡No pienses en el pasado¡
-Si. Olvidarme del pasado
-Ahora tienes una gran oportunidad ¡Volver con él¡
-¿Volver con él? ¿Me querrá todavía?
-Te espera Gregot. Tú eres todo su sueño. Todos los días piensa y llora por ti. Por ti a echo todo esto ¡Vete ¡ ¡Vete con él y juguetear con el abrazo¡
Fin
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