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Aquí. En estos momentos en un
ambiente cargado de un cielo dominado por la panza de burro. Es un día gris,
plomizo, pesado resbalando por mi columna. Estoy en la habitación cero. Una
habitación de paredes blancas y suelo gris. Danzas con los yermos campos donde
los hijos del sol te llaman y lo ignoras, te es indiferente. Danzas donde los
muertos , abusivos, te llaman, te condiciona la marcha. Y estás ahí,
escuchando, cumpliendo con todo lo que rodea. Apriétame la mano madre mía,
fuerte…muy fuerte. Nos dejaremos llevar por una copla, la escuchas, Conchita
Piquer entona tu memoria y parece que espabilas, que despliega tus alas
despechadas en este aire que respiramos. Pero doblan las campanas, doblan en
rigidez de una lucha que cansa, que agota todo ese aliento agreste, lejano,
neutro. Ah, querida, me poso donde las raíces de las arboledas me enganchan a
este andar desolado, doloroso. Porque duele, las maletas se cierran, navegas
donde las olas fallecen para no retornar más. Tus manos. Mis manos. Corriente
donde los barrancos inconclusos emigran donde los ríos mueren. Así , como tú,
nuestras almas se encontrarán en un rincón del recuerdo del universo y permaneceremos
unidas en algún resonar de los astros que en la noche visiono cuando me tumbo
en el sillón, cuando los acordes anuncian alguna melancóla. Una pena que viene
, que va, escarchando ese horizonte que debemos mirar. El viento azota,
impreciso, inestable, con el reconocimiento de este lugar aislado de paredes
blancas y suelo gris. Y ahora que seré mujer enderezada por la oscuridad donde
la luz sea sombra que me guíe. Volveré a mis sentimientos, a esta inclinación mía
si puede ser de estar enamorada de las manos que acaricien las mías. Te
recordaré en los sueños, en el rumbo cierto de tu apoyo, de la verticalidad
sutil de tu espíritu acostado en mis hombros. Y te escucho. Y te escucharé. Y
ahora que estoy apurando estas horas que se evaporan como la esperanza lejos…muy
lejos. Habitación de paredes blancas. Habitación de piso gris. El viento….el
viento se lleva todo lo dicho, todo sentir en que tu y yo…en que yo y tu
estamos solas. Solas. Un guiño se escapa de mis sentidos y te anima, observo
cierta sonrisa en tu rostro, en tu movimiento inacabado y me siento bien.
Solas. Sí, estamos sola, en este rincón de los abandonados. Me es igual. El
viento y esta habitación de paredes blancas y suelo gris. El viento, imagino un
planeta donde van las almas caídas en la ausencia, en la nada. Un mundo donde
el encuentro está en las profundidades de sus mares, en la densidad de sus
bosques arcaicos. El viento…imagino y grito. Sí, ahora donde desato la cuerda estructurada
de alfileres que se clava en mi cuello. Sí, grito con la congoja de mi mañana.
Verdad madre, crees que volveré a amar. Tu, hija de cada huella arrastrada en
mis espaldas. Me asomo a tu ventanal, la mar está picada, ese mar que se alarga
hasta la mar fea. Esa cuando en la guerra, cuando en la posguerra civil tiraban
sacos de inocentes. Porque son inocentes. Porque somos inocentes, hasta que las
ardientes astillas de lenguas estrangulan las gargantas que se expresaron en lo
natural, en la verdad. Escucho tu acentuada respiración, una cierta apnea te
viene por minutos contados y después, descansas, te quedas ahí dormitada con el
ritmo apagado. Añicos recojo cada mañana, me invento historias donde tu estás,
donde tu no estás y la queja no existe,
solo una paz que nos abraza. Desde aquí , de esta habitación cero donde sus paredes
son blancas, donde su suelo es gris y la
marea volverá y te traerá a mí. El aliento en esta habitación de hospital se
hace espeso, una densidad que me hace sumergirme en el cansancio. Sí, madre….querida
madre…estoy cansada. Los años rondan en mis venas y la sangre que corretea ya
no es tan salvaje como en mi juventud. Esto nos queda, tu mano y mi mano, unísonas
al paso de un reloj, de un almanaque entregándonos en estos últimos instantes a
la memoria.