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Y viene un día más…un día más. El móvil
sigue sonando, escucho la voz que hay detrás. Es la forense, quiere todos los
restos. Quiere que la lleve al lugar de los hechos para ella investigar y
minuciosamente con la fragilidad de alas de mariposa llevárselo donde su
conversación perduro en el siglo de los siglos. Yo asiento, aunque dentro de mi
se revuelve una penumbra, ellos murieron en ese lugar y ese lugar es donde esta
su tumba. Un lugar no difícil encontrar
para el que tiene el instinto de sus ancestros.
Primeras horas de las mañanas, por el patio anterior se huele a calderos
donde una sopa otoñal hará que los corazones brinquen en calidez. Cebolla, puerro,
zanahoria, pimiento, calabacines, pollo y el fragante perfume cuando se
extiende de vivienda a vivienda. Me trae viejos recuerdos, de no hace muchos
años. Ella en la cocina, con su tarara. Ella con su tarara cortando, fregando,
poniendo a fuego lento su buen cocinar. Y es que eso era su ambiente. Una
atmósfera que la llevaba más allá del invento de nuevas recetas. Una pizca de sal,
un poco de caldo de verduras y al final una estimulante sopa que bien es
agradecida cuando el frío cala hasta los huesos. Uhm…. Ese olor a cucharones y
cazuelas. Todo cobra movimiento. Todo tiene su función. Una función que será el
perfecto funcionamiento de nuestro día a día. Con sus manos en la cocina y su
tarara. Desde la ventana de la cocina que da a las entrañas del edificio me
inspiro y suspiro. Lo cotidiano, el niño que va al colegio, aquellos que van a
sus trabajos y temprano, el ladrido de los perros. Ahora, llueve y continuará
según el pronostico de esta disciplina tan inexacta como es la meteorología. Es
imprevisible lo que puede pasar, solo se sabe que va a llover y llueve y los
pasos de cada ser en sus ilusiones perdidas o no transitan por la ciudad. Me
alimento de la memoria, esta donde un plato de sopa bien echo se exprime en mi
nariz. Porque lo huelo, porque lo recuerdo, por que se de su olor y la casa es
todo ella. Sí, ella. Esa madre mía de la habitación cero. De una habitación de
paredes blancas y suelo gris. Ahora , yo, ajena a todo lo que ocurre a mi
derredor. Me nutro, suspiro, inspiro y
espiro una y otra vez y contenida en el tiempo que pasa me quedo con ese olor tan
simple como una sopa, un caldo. Y aquí y ahora , yo sola, no hago de comer. Y
aquí y ahora, yo solo, me alimento de lo primero que pille. Y aquí y ahora, el
desgaste suena en mi mente. Agotada, lejana, ausente…así me hallo en este
estado humano. Tal vez sea una inadaptada o quizás estoy adaptada. Ni una cosa
ni la otra. Estoy en un estado donde solo el presente me hace pensar en el paso
a dar. Cierro ventana, el olor a ese caldo de pollo y verduras se apaga, me voy
de la cocina y salgo al balcón. Llueve. Nadie en la calle. Solo, el ronroneo de
un chubasco y de un viento que viene. Llueve. Temblor. Viento. El Dios de las
entrañas de la tierra sigue ramificándose con su lengua de fuego en la isla
vecina. Es tal su aliento que hasta aquí llega. Llueve. Temblor. Viento. Tendré
de nuevo que acudir a la cueva, a esa cueva donde el amor fue sufrimiento, de
un lamento torturante con la forense. Todo saldrá a la luz y ya cada uno dirá
su opinión sobre la investigación. Dos muchachos
jóvenes, si nos referimos a lo que es joven hoy en día. Dos amantes que a
gritos desataron las tormentas, los tormentos de la tribu. Ahí, en la cumbre,
por siglos abandonados, castigados serán nombrados en alguna revista, en algún periódico,
en alguna tesis, en algún estudio donde se reclame justicia. Y eso espero,
espero que los dejen juntos, tal como los vi. Llueve. Temblor. Viento.El otoño…..Madre,
la balada de la perdida estalla en mis sienes. Madre, habitación cero, suelo
gris, paredes blancas. Madre, yo soy la hija de los almas idas. Madre, aquí
estoy en tu recuerdo cuando las luz de la luna te llama. Madre, bailamos sobre
corrientes de ortigas pintando nuestros deseos. Madre, aquí estoy, esto soy, lo
que has apilado estación tras estación. Madre, la lluvia. Madre, el temblor.
Madre, el viento. Madre, el otoño. Salgo y entro. Vuelvo a salir y escalera abajo
con el olor de esa sopa cruzo la calle a pesar del tiempo. Empapada de nuevo.
Espero un taxi, una espera impaciente. Me subo y voy al instituto forense.
Madre, aquí estoy, esto soy, las pisadas de un otoño que sella mi destino.