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La visita, ha finalizado. Retorno
por el mismo camino que he venido. El amanecer me acoge en una fogata de un
gradiente colorido broncíneo. Ello dice que vendrán más lluvias. Cuando, no lo
se. Llevo estos restos conmigo para analizarlos. Los tendré que llevar laboratorio
forense para que hagan pruebas. Respiro, suspiro y mi paso se hace ahora lento,
ausente de prisas. La relajación se enhebra en mis huesos, en mis músculos , en
mis arterias y con el peso de mis pensamientos avanzo con la vista puesta en
este descomunal, grandioso y bello paisaje. Este hábitat donde se confunde el
ayer y el hoy. La chorreante estampida de unos pájaros me dice de la isla
vecina, el tremor, la escalofriante bocanada magmática se hace cruel, insoportable.
Mi vientre se encoje un ramo de flores secas que se clavan a las paredes de mis
carnes. Mi estómago siente lo imparable, lo frenético de las entrañas de la
tierra. Ese submundo desconocido e incierto. Y esa incertidumbre nos hace
débiles, nos desorienta, nos apresa hasta empujarnos en los acantilados de la
mala mar. Pero tenemos que ser conscientes y esto era de esperar. Pero el no calla,
la tierra en su hondo lamento y enojo escupe todo el odio que tiene en sí de
forma innata. Y sin más me hallo ya en la estación. No hay nadie, todos se
refugian en sus hogares como si la erupción fuera a por ellos. Todos atentos a
las noticias. Sí, atentos a las noticias. Ahora, en la época actual el directo es
impasible al dolor, al lamento ajeno. Las imágenes que figuran día a día nos
dejan desprovisto de sensibilidad. Todo nos da igual, el sufrimiento ajeno.
Solo cuando nos pellizca en nuestros estómagos, en nuestras gargantas, en
nuestra piel somos anunciados por el llanto, por la desgracia. Veo una niña, una
inocente con la tortura de los adultos. Veo una niña prisionera de sus
pensamientos sin saber nada más. La van a casar, la van a entregar al mejor
pagador. Trafico humano en pleno siglo XXI, Y lo vemos. Y callamos. Se me enerva la sangre y
por estos momentos en espera del autobús de vuelta visiono un mundo horrible,
gentes horrorizadas, asesinadas en el sangriente alarido del genocidio. Y la
ignorancia se paga. Ellas , alas de mariposas cubiertas de grilletas, lo pagan.
El tráfico infantil, hasta ahora no me había dado cuenta, pero existe la
esclavitud aun…aun cuando el amanecer pronuncia su deseo de continuar su viaje
por este mundo. Demasiadas injusticias para mi corazón. Me someto a sus ojos,
sorprendidos, doloridos, temerosos, impotentes y me entra ganas de arrojar , se
me revuelven las tripas y escupo. Llega
la guagua y se sube, el mismo chofer la llevará hasta la estación. Una estación
donde no espera nadie a Anne. Ay , Anne del alma mía. Tu sufrimiento evoca
lástima. La temperatura va ascendiendo mientras baja por esa maltrecha carretera.
Llega la guagua y se sube, el mismo chofer lo llevará, la llevará hasta la
estación. El hijo de Tragalunas va contento, diseminando en su mente como será
su madre. Ha visto a su padre alegre y prefiere el silencio. Ya llegará ese
tiempo de contar, de narrar ese amor alejado. Ese amor cuando la marea le
permite navegar. El ciego y su perro. El perro y su ciego. En la estación otra
vez perdiendo la noción del tiempo. No, no hay prisas. Para qué. Cuando tengamos
que consumirnos seremos ese polvo estelar que nos dio la creación. Mientras,
aquí, somos hijos de los sucesos cotidianos, de una rutina alumbrada por los
soles, por las lunas, por los días. Imagina Anne esos cuerpos, abrazados. En su
primera suposición recurre a dos amantes huidos. Huidos de las guerras. Huides
de los clanes. Huidos de una sociedad aunque ancestral de comportamiento
semejante al del hoy. Un hoy donde el mundo de tumbas muestras su lado más
temible, más horroroso. Y ella no comprende. Y ella no quiere comprender, por
qué en esta visita instantánea a esta vida tanto y tanto desastre, tanto y tanto
desafuero, de tanto y tanto desajustes.