El tintineo de una campana, he
nacido. Estoy aquí, en mi lecho donde los sueños juegan a las esperanzas, las
utopía. Me levanto y un desierto me viste, me seduce y converso con su aliento
petrificado. Y me digo, tantos muertos en un ambiente hostil, agresivo,
violento, injusto. Y me digo, tanto dolor que las lágrimas son cristales
afilados de la pena, de la desgracia. Miro unos ojos, ojos blancos, ojos aterrados
y encuentro una respiración perdida, ida a las tripas de tumbas anónimas. Sin
más, un niño corre, entre fuego y metralla, entre minas y odios. Y no encuentra
sino la rota paloma blanca sangrando….sangrando, muerta. Y, sin embargo, he nacido,
el tintineo de una campanilla me seduce a enderezarme y seguir caminando en
donde las rosas rajadas no se elevan para la paz absoluta. Me pongo me
pantalones vaqueros y una camina ligera, salgo. Observo lo que a mi alrededor
se mueve. Un jardín, farolas anunciando la despedida de la noche, un perro
paseando, gallinas en su libre destino, una carretera donde de vez en cuando
algún coche pasa y yo que he nacido al son del tintineo de unas campanillas.
Aislada, hermética, tragando de este aire que trae un mundo convulso,
arrebatado, vertiginoso en el mal me miro las palmas de mis manos. La vida se expande
y contrae mientras el genocidio humano juega en la emisión repetitiva de un
adiós. No, no hemos cambiado. Corre…corre le digo a ese niño, a ese ser nacido
en la sonoridad del ruido, del grito en la oscuridad. Los platos rotos, una
madre desvencijada. Mi hijo…mi hijo solloza en el lamento de lo inevitable.
Pero ella pone la mesa en la espera de ese niño que corre y corre ante la
muerte que viene, ante la muerte que lo supera, ante una madre temblorosa en
cada uno de sus actos. Corre…corre le digo a ese niño, tu madre te espera. Y ,
yo, he nacido en medio del tintineo de unas campanillas.